El poder político del Vaticano: más allá de las almas, la geopolítica del papa Francisco
Bergoglio ha sido un líder mundial notable, recuperando la política exterior como una prioridad, con hitos en Cuba, China o Palestina. La diplomacia y el poder suave de la Santa Sede ha sido marca de la casa desde hace siglos.

El papa Francisco murió tras enumerar todos los males del mundo. Enfermo y débil, no lo pudo hacer con voz propia, sino con la prestada de monseñor Diego Ravelli, pero aún así, el Domingo de Resurrección recordó el sufrimiento de Gaza a Yemen, de Ucrania al Cáucaso Meridional, de Sudán a Congo. Reclamó paz y reclamó desarme, reclamó ayuda humanitaria y diplomacia activa.
Hasta el final, con mayor o menor éxito, Jorge Bergoglio fue un líder planetario notable, no sólo por ser el pastor de la religión católica, la mayoritaria, con el peso que ello aporta, sino porque nada de lo llamado exterior le fue ajeno. Tras un tiempo valle, los años de Benedicto XVI en los que la Santa Sede se replegó, el argentino retomó la senda de Juan Pablo II y, hasta donde la salud le dejó, apostó por estar, opinar y presionar en todos los rincones. La diplomacia y el poder suave de la Santa Sede ha sido marca de la casa desde hace siglos y con él ha vuelto por sus fueros.
El teólogo Miguel Pérez explica que esa postura viene del hecho de "que para Francisco el pensamiento es práctica" y "parte del supuesto de que la fe es transformadora", no sólo del entorno inmediato, "sino de todo lo humano", sea cual sea la confesión o la ubicación. "Una fe auténtica implica siempre un profundo deseo de transformación, de cambiar el mundo. Era uno de sus motores", indica el historiador, afincado entre Jerusalén y Cáceres.
"Para el papa, el proyecto de construcción de paz era uno de sus empeños básicos de esa transformación, por lo que no ha dudado en apoyar organismos internacionales que la promueven, como las Naciones Unidas y sus diversas agencias, en un mundo cada vez más multipolar, porque no hay un único poder hegemónico, y a la par, menos multipolar, porque se han enfriado las alianzas. Francisco iba a contracorriente: en tiempos de ultraproteccionismo y ultranacionalismo, más universalidad", defiende.
"No sólo restauró en gran medida la influencia de la Iglesia en los asuntos globales, sino que impulsó notablemente la política exterior de la Iglesia en una dirección menos alineada con Occidente", como primer sumo pontífice del hemisferio sur que ha sido. "Tras la invasión total de Ucrania por parte de Rusia, por ejemplo, adoptó una postura de cierto equilibrio en lugar de condenar a Moscú, una postura que fue criticada por Occidente, pero que coincidía en gran medida con la de la mayoría de los líderes de América Latina, África y Asia, donde vive la gran mayoría de los 1.300 millones de católicos del mundo. Luego, ha sido más firme en su apoyo a Ucrania como nación ocupada", expone.
Su legado ahora queda en manos de su sucesor, depende de quién lo suceda, si es alguien más progresista o más conservador, más aperturista o más reconcentrado, más o menos viajero.

China, Cuba-USA, Palestina
Entre sus acciones concretas más destacadas, Pérez destaca un "revilatizar general" de los asuntos exteriores, su acercamiento a China, la mediación entre Estados Unidos y Cuba, el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho y el impulso a las relaciones con otras religiones. En el primer caso, el Vaticano firmó el 22 de septiembre de 2018 un acuerdo con Pekín que se ha ido renovando y por el que se puso fin a décadas en las que las ordenaciones episcopales tenían lugar sin el consentimiento papal, sólo por orden del régimen comunista. "Ese es un escenario que ha cambiado radicalmente, en los que se han producido una decena de nombramientos y consagraciones de obispos y, al mismo tiempo; aunque las elecciones no son todo lo pactadas y fluidas que se pretende, el pacto no se ha roto, cuando antes había prelados no reconocidos por Pekín", dice el investigador.
Respecto a Cuba y EEUU, Francisco hizo una apuesta pocos meses después de su llegada al cargo al impulsar el acercamiento entre los dos enemigos históricos. Ese esfuerzo culminó en el anuncio de diciembre de 2014 del restablecimiento de relaciones hecho por los entonces presidentes Barack Obama (EEUU) y Raúl Castro (Cuba). Sobre este deshielo –después torpedeado por Donald Trump– Francisco afirmó: "Esto ha sido posible gracias a los embajadores y a la diplomacia".
La diplomacia vaticana, una década después, lograría una nueva interlocución entre los dos países: a seis días de la marcha de la Casa Blanca del demócrata Joe Biden, EEUU sacó a la isla de su lista de patrocinadores del terrorismo -con serias implicaciones comerciales y financieras- y apenas una hora después Cuba anunció la excarcelación de 553 personas "sancionadas por delitos diversos". Esta decisión también duró poco y, como ocurrió después del deshielo de Obama, la nueva administración de Donald Trump reintrodujo a La Habana en el listado. Pese a ello, trascendió que nuevamente fue "gracias a los embajadores y a la diplomacia" del Vaticano que de dio el paso, como enfatizó el papa fallecido el lunes.
El reconocimiento de Palestina como estado llegó en mayo de 2015 a través de un acuerdo formal referente a las actividades de la Iglesia católica y la libre circulación de peregrinos en los territorios palestinos, en Tierra Santa. En él se apoya la solución de "dos Estados" en el conflicto con Israel, lo que podría ayudar al reconocimiento de una "Palestina independiente". Fue un posicionamiento político claro, que se suma a la representación permanente que la Santa Sede tiene en la zona, y que también iba en consonancia con el esfuerzo de Francisco para fortalecer la presencia cristiana en Oriente Medio, en un momento en que cientos de miles de cristianos árabes se ven obligados a huir de la violencia islamista o la ocupación israelí.
Bergoglio, en sus diferentes viajes, también ha relanzado el dialogo con el Islam, que en el pontificado de Benedicto XVI se había resentido por algunas incomprensiones. Fruto de ello fue la firma del documento sobre la Fraternidad Humana con el jeque Ahmad al Tayeb, máximo responsable de la universidad egipcia de Al Azhar, el centro de referencia del islam suní, pero también su reunión en Irak con la máxima autoridad religiosa chií de Irak, el ayatolá Ali al Sistani. También mantuvo una gran amistad con anglicanos y protestantes, así como con los ortodoxos. Aunque a pesar del histórico encuentro en La Habana en febrero de 2016 con Cirilo, el mayor representante de los ortodoxos rusos, las relaciones se rompieron con la guerra de Ucrania.
En uno de sus primeros viajes, a Tierra Santa, el papa se abrazó, en una imagen que ahora cobra más valor que nunca, con su amigo el rabino Abraham Skorka y el líder musulmán Omar Abboud frente al Muro de las Lamentaciones. También visitó la sinagoga de Roma, pero las relaciones con los judíos se hicieron más difíciles después de las declaraciones del papa argentino en defensa de los ciudadanos de Gaza, "donde el terrible conflicto sigue llevando muerte y destrucción, y provocando una dramática e indigna crisis humanitaria", denunció menos de 24 horas antes de morir.

Al igual que con otros cambios que instituyó el papa del fin del mundo, el giro en la política exterior de Francisco recibió numerosas críticas, en particular de los conservadores de la Iglesia, que ya discrepaban de su énfasis en la paz y la justicia. Por ahora, en el aire vibra aún su visión global y social, en un contexto de atomización.
Pérez recuerda que Francisco ha sido criticado por no oponerse frontalmente a algunos Gobiernos autoritarios de América Latina, de Venezuela a Nicaragua, o que en su visita a Sudán del Sur y Congo (2023) “eludió demasiado” la crítica “a las élites africanas que también causan pobreza”, pese a la “fuerza notoria de su gesto” al acudir a esas naciones y a que recibió incluso a los enemigos jurados sudaneses en el Vaticano. Cal y arena.
Lo nuevo: la "indiferencia" y la "periferia"
El historiador belga Jan de Volder editó en 2019 una obra coral llamada The Geopolitics of Pope Francis (La geopolítica del papa Francisco), en la que destacaba igualmente los logros chinos o cubanos pero agrandaba el marco y destacaba que el argentino ha hecho en estos años una potente “crítica a la globalización de la indiferencia”, sobre todo en materia de migración y asilo, que ha sacado los colores, por ejemplo, a la Unión Europea (UE). Además, ha añadido a la diplomacia católica el concepto de “periferia”, un “elemento central en su enfoque geopolítico”, que se aleja de los centros de poder clásicos, en busca de los escenarios donde hoy se vive y se pelea el cristianismo con más fiereza.
El auge de otras iglesias, como la evangélica ha sido también una de sus preocupaciones, para mantener los fieles en zonas como Brasil, donde no hay más que ver cómo auparon al expresidente ultra Jair Bolsonaro, que se ha despedido del papa sin nombrarlo siquiera: "Su partida invita a la reflexión y la renovación de la fe", dijo sucintamente. El presidente actual del país, el izquiedista Luiz Inácio Lula da Silva, afirmó, por contra, que con el fallecimiento del papa, el mundo perdía “una voz de respeto y acogida al prójimo" y destacó su "forma incansable de llevar amor donde existía odio".
En el caso de Europa, dicen los analistas en esta compilación, Francisco ha tenido que lidiar con un tiempo de crisi global, tanto económica como de refugiados, de pandemia por coronavirus y declive del papel europeo, de crecimiento de la ultraderecha y la fractura con el sistema de décadas. Su relación institucional ha sido más que correcta en estos años, afable incluso, aunque en Bruselas no estuviera su principal centro de atención.
Cuando estuvo en el Parlamento Europeo (26 años de la última intervención clerical en la institución) y lanzó mensajes de calado. “La UE corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales”. “Hay que evitar una Europa que no se centre en la economía, sino en la fragilidad de los pueblos y de las personas”. “No podemos tolerar que el Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”. Y así todo.

Geopolítica vaticana
Francisco ha reactivado la llamada “geopolítica vaticana”, que tiene sus raíces en siglos de historia y tradición y está profundamente entrelazada con la influencia de la Iglesia Católica en el mundo, mucho más allá de sus fronteras físicas y salta a la ONU, a las embajadas, a los discursos y encíclicas del papa de turno. Un sistema perfeccionado a lo largo de siglos, con uno de los cuerpos diplomáticos más antiguos y experimentados del mundo y en el que el sucesor de Pedro desempeña un papel crucial, como jefe de la Iglesia y del Estado que es, en el modelo de monarquía absoluta electiva que se mantiene en El Vaticano. Su liderazgo espiritual y sus esfuerzos diplomáticos moldean la influencia geopolítica del Vaticano, como se ha visto con Bergoglio, sumados al poder blando, la influencia cultural y educativa de la Iglesia, que se percibe en sus esfuerzos humanitarios y su defensa de cierta moralidad.
A menudo, sus apuestas se alinean con los derechos humanos y la justicia social, aunque la Santa Sede ha desempeñado un papel en la mediación de conflictos y negociaciones internacionales y se ha abierto a nuevos ámbitos, como el cambio climático. Pero por encima de todo, está la promoción de la libertad religiosa y la protección de los cristianos en regímenes autoritarios o conflictos. Especialmente, la voz romana se dejó sentir en el siglo pasado, el de las tormentas mundiales.
En marzo de 1937, Pío XI denunció el totalitarismo rojo y pardo en dos encíclicas consecutivas: Mit brennender Sorge contra el nacionalsocialismo y Divini redemptoris, sobre el comunismo soviético. Su sucesor, Pío XII, es a menudo acusado de no haberse pronunciado públicamente contra el Holocausto nazi. Si no fue colaboracionista, su silencio sí lo retrató. Pío XII, por su parte, rechazó categóricamente los compromisos con los comunistas. En 1949, sancionó la afiliación a un partido comunista con la excomunión. Sin embargo, la situación cambió con Juan XXIII (1958-1963), quien tuvo que buscar acuerdos para que los obispos tras el Telón de Acero pudieran asistir al Concilio Vaticano II, ese que quería revivir Francisco para que entrase un poco de aire a la Iglesia Católica.

Con la elección del arzobispo de Cracovia (Polonia), Karol Wojtyla, como Papa Juan Pablo II en 1978, se inició una nueva era en la política exterior del Vaticano y en la de Europa oriental, en concreto. Wojtyla se distinguió de sus predecesores no sólo por su experiencia personal bajo la dictadura comunista y su conocimiento de los métodos de lucha contra la Iglesia, sino sobre todo por su fe en el poder de una nación con motivaciones religiosas. Bajo su mano, los regímenes comunistas se enfrentaron a las "divisiones del Papa", especialmente en Polonia, Lituania y Eslovaquia. Las revoluciones democráticas en Europa del Este y el colapso de la Unión Soviética (URSS) marcaron el punto álgido, pero también el punto de inflexión, de la influencia geopolítica de la Iglesia católica en el siglo XX.
El papa polaco creía en una nueva evangelización de Europa, pero resultó tan infructuosa como su esperanza de que la cristiandad occidental y oriental coexistieran en armonía, algo que intentó en 104 viajes apostólicos fuera de Italia. Mientras la salud de Wojtyla se deterioraba, aparecían señales de una profunda crisis en la Iglesia católica. Probablemente nadie era más consciente de la magnitud de esta crisis que el papa Benedicto XVI, su sucesor desde 2005. Ya en 1975, cuando aún era profesor en Ratisbona, el alemán describió “la naturaleza incomparablemente nueva de la situación actual, de un cambio en el mundo y en las personas que no puede medirse con los estándares habituales del cambio histórico”. Pero él, más un teólogo que un hombre de acción, se hizo casero y prefirió influir a través de la doctrina y la preservación de las esencias.
Hoy el Vaticano mantiene relación con 180 países, aunque la mayoría tienen sus embajadas en Roma y no en su ciudad-estado por falta de espacio. Dispuestas a ver qué trae el pastor que suceda a Francisco.