La Segunda Guerra Mundial explicada a los jóvenes: lo que no podemos olvidar en el 80º aniversario de la derrota nazi
Este 8 de mayo (¿o quizá fue el 9?) se recuerda una rendición que cambio Europa, entre certezas hechas añicos. El mundo que surgió de aquella firma se ha dado la vuelta, los aliados no lo son y los adversarios, amigos. La memoria, también, flaquea.

Aunque hay un intenso debate por la fecha entre los historiadores, la hoja del calendario es lo de menos: este 8 de mayo, o quizá este 9, se cumplen 80 años de la capitulación de la Alemania nazi, que llevó al fin de la Segunda Guerra Mundial en el continente europeo. Tras casi seis años de contienda, más de 60 millones de muertos y un Holocausto inenarrable, las armas callaron.
Empezó así un tiempo nuevo basado en una premisa, "nunca más", que ayudó a tejer alianzas, a crear instituciones internacionales comunes, a redactar declaraciones y normativas que pusieran la vida y la dignidad por encima de los conflictos y la sinrazón, a entender que la libertad se antepone al odio. Con sus remodelaciones y sus fracasos, con sus alteraciones y decepciones, hubo líderes que armaron un entramado digno para vivir en paz el mayor tiempo posible, con la justicia y el diálogo como herramientas.
Hoy, cuando recordamos esas capitales que estallaron en alegría al saberse a salvo, de París a Londres, de Washington a Moscú, la sonrisa se congela: ocho décadas después de la rendición fascista, las certezas de todos estos años yacen hechas añicos, cascotes y cristales como los de aquellas ciudades arrasadas. Hay margen para la reconstrucción, claro. Lo que hace falta es voluntad.
Para los jóvenes que quizá ven lejano todo aquello, a ese 30% que europeos menores de 25 años que no sabe qué fue la Shoa, a ese 26% de los jóvenes varones españoles que prefiere "en algunas circunstancias" el autoritarismo a la democracia, recordamos las claves de aquel conflicto, su evolución, su legado y el peligro que conlleva olvidar. Porque hablamos del conflicto más importante en la historia de la Humanidad, tanto por muertos como por la ferocidad del conflicto, en el que se buscó, mediante el uso de armas de destrucción masiva, el exterminio del enemigo, fuese étnico, ideológico o racial. El "nunca más" estaba justificado.
De dónde veníamos
Hay que mirar un poco más atrás para entender cómo arrancó la guerra, en septiembre de 1939. El Tratado de Paz de Versalles, firmado en 1919 tras el final de la Primera Guerra Mundial (que tuvo lugar entre 1914 y 1918), impuso un fuerte reajuste territorial a los derrotados (los imperios centrales y el turco), lo que desarrolló los movimientos nacionalistas irredentos.
A la vez, las cuantiosas reparaciones económicas impuestas a Alemania contribuyeron a empeorar la crisis de 1929 debilitando la democracia y promoviendo el ascenso de partidos como el nazi y el comunista. Radicales, especialmente los primeros, que pescaban en el río revuelto del descontento. Salvando las distancias, nos suena, ¿no?
Pero también influyó en la técnica militar, ya que la guerra de trincheras, con sus centenares de miles de muertos en batallas de escaso provecho estratégico, demostró su inutilidad y propició una guerra de movimiento gracias a los nuevos medios de transporte, tanques y aviación.

Hitler, imparable
Ahí entra en escena Adolf Hitler, que fue nombrado canciller el 30 enero de 1933 tras unas elecciones democráticas. Pronto transformaría al país en una dictadura con el beneplácito del presidente Hindenburg. No pasó ni u mes desde que ascendiera al poder cuando se produjo (27 de febrero) el incendio del Reichstag (el Parlamento durante la República de Weimar), del que los nazis culparon a los comunistas para que Hitler y su partido tuvieran poderes especiales.
En 1934, tras la muerte de Hindenburg, el Führer (líder) se autonombró jefe de Estado, dio por concluido el Tratado de Versalles e intentó reunificar todos los territorios étnica y lingüísticamente alemanes.
Austria (junto con Hungría) había pasado de ser un gran imperio centroeuropeo -a muchas de las nacionalidades que lo componían se les concedió la independencia-, a una pequeña república tras la Primera Guerra mundial.
Estaba gobernada por Engelbert Dolfuss, un político socialcristiano que buscó la protección de la Italia fascista de Mussolini frente a los intentos expansionistas de Hitler. Los nazis austríacos ganaron las elecciones de 1932 sin mayoría absoluta e iniciaron una estrategia de tensión y atentados terroristas. Dollfuss hizo frente a una insurrección de los socialdemócratas y luego de los nazis, que le asesinaron en 1934.
La situación derivó hacia una preguerra civil que propició la estrategia de la anexión alemana de Austria, que se produjo el 12 de marzo de 1938 con la entrada de las tropas nazis. Mussolini, ahora aliado de Hitler, no intervino.
Francia e Inglaterra, democracias inmersas en una inestabilidad política y económica por la crisis económica de 1929, prefirieron, con su política de apaciguamiento, ceder y dejar que Hitler rehiciese el mapa de Europa central, esperando que con ello se calmase. Fue inútil. La diplomacia no servía con un fascista como él.
En la conferencia de Munich, celebrada en octubre de 1938 entre Italia, Alemania, Francia y Gran Bretaña, se aprobó la ocupación de los Sudetes por parte de los alemanes como una forma de reparar el Tratado de Versalles.
Sin embargo, Hitler fue más allá, y en 1939 ocupó Checoslovaquia constituyendo el Protectorado de Bohemia Moravia y creando el estado eslovaco. Las buenas intenciones de los europeos, por los suelos.
Arranca la guerra: Polonia
Con la invasión de Polonia por parte de Alemania, el 1 de septiembre de 1939, dio comienzo la Segunda Guerra Mundial. La Hitler exigió a Polonia la devolución de la "Ciudad libre de Danzig", la actual Gdansk, que según el Tratado de Versalles (1919) se convirtió en protectorado polaco.
Polonia había firmado con Francia y Gran Bretaña un acuerdo de mutua defensa en mayo de 1939, a lo que siguió la firma entre Alemania y Rusia del pacto germano-soviético de no agresión de 23 de agosto de 1939. Mientras los alemanes atacaron a los polacos por el oeste, Rusia lo hizo por el este y recuperó la parte del imperio zarista perdida en 1918, aparte de Estonia, Letonia y Lituania y Besarabia, que pertenecía a Rumanía.
Hoy en día, buscar en Google "invadir Polonia" lleva detrás una palabra sugerida: "meme". Se ha acabado desgastando la carga trascendental de un momento histórico que dio comienzo a lo peor visto en la historia documentada.

La clave rusa
Con la "Operación Barbarroja", el 22 de junio de 1941, empezó la invasión de Rusia por parte de Alemania y sus aliados (Italia, Hungría, Eslovaquia, Rumanía y Finlandia). También participaron contingentes de voluntarios de la totalidad de países europeos ocupados por Alemania en lo que se denominó "la lucha contra el bolchevismo".
El plan alemán preveía una guerra corta y la capitulación rusa antes de la llegada del invierno para no verse envueltos en una guerra en tres frentes (el occidental y el del norte de África contra Reino Unido y el oriental). Sin embargo, el retraso de la misma debido a la necesidad de ayudar a los italianos en Grecia y doblegar a los serbios, retrasó los planes de Hitler.
Las fuerzas alemanas llegaron a las puertas de Moscú a comienzos de diciembre de 1941, donde fueron detenidas. Mal equipadas y con problemas logísticos se vieron obligadas a retirarse.
La siguiente gran batalla, la de Stalingrado (1942-1943) -con más de dos millones de muertos fue la más sangrienta de la Historia- acabó con la derrota alemana y detuvo el avance de los nazis. Desde ese momento, la estrategia de Hitler fue defensiva, salvo el intento de romper el frente soviético en Kursk (1943), que no tuvo éxito.
La Unión Soviética fue el país que más víctimas civiles y militares tuvo en la Segunda Guerra Mundial -Moscú consideró "oficial" un mínimo de 20 millones-, frente a los entre cinco y seis millones de los alemanes, según la mencionada Enciclopedia Británica.
La contribución de la URSS a la derrota alemana fue decisiva, pues el frente del este significó una guerra de desgaste que Alemania no pudo sostener ni en medios humanos ni materiales con una proporción de tres a uno en producción industrial y reposición de bajas.
Los ejércitos soviéticos conquistaron Berlín y Europa Central se convirtió en zona de influencia suya, como por otra parte se había acordado en la Conferencia de Yalta (1945) entre las potencias vencedoras.
El hundimiento
El aniversario que hoy nos ocupa es el del hundimiento total de la Alemania nazi, hasta el punto de asumir su derrota con una capitulación firmada. Conforme la victoria aliada parecía más segura, en 1944 (año en que se liberaron Francia y Bélgica, por ejemplo) y 1945, EEUU, la URSS, Francia y el Reino Unido dieron tumbos en lo que respectaba a las ideas de los términos de la rendición alemana. No se ponían de acuerdo en lo que reclamar, en las condiciones.
Sin embargo, el 30 de abril de 1945, cuando Hitler se suicidó en un búnker de Berlín y su dictadura finalizó de forma sangrienta, aún no estaba claro cómo se organizaría la firma de la capitulación política o militar. Hitler, por cierto, nunca apareció. Nadie sabe qué fue de su cadáver, un agujero negro que ha alimentado multitud de teorías.
El líder del nacionalsocialismo había nombrado a Karl Dönitz, un almirante naval y un nazi ferviente, como sucesor en caso de muerte. Dönitz estaba condenado no a gobernar una Alemania nueva, sino a orquestar su disolución. Como lo vio clarísimo desde el primer momento, enseguida delegó su función en Alfred Jodl, jefe del mando de operaciones de las Wehrmacht, para que negociara la rendición de todas las fuerzas alemanas con el general norteamericano Dwight D. Eisenhower, que luego se convertiría en presidente de EEUU. Hitler ya no podía abroncarlo.
Dönitz esperaba ganar tiempo con las negociaciones para sacar a todos los soldados y civiles alemanes posibles de la trayectoria de avance de los rusos. También esperaba convencer a los aliados europeos y norteamericano, que desconfiaban de la URSS, de que se volvieran en contra de Moscú para que Alemania pudiera continuar la guerra en ese frente. Eisenhower vio el engaño e insistió en que Jodl firmara un acta de capitulación sin negociaciones.
El 7 de mayo, Jodl firmó un "acta de capitulación militar" incondicional y un alto el fuego que entrarían en vigor a las 23:01 del 8 de mayo. Lo hizo en una escuelita roja de Reims (Francia), que servía a Eisenhower de cuartel general. "Con esta firma, el pueblo y las fuerzas armadas alemanas quedan, para bien o para mal, entregadas en manos de los vencedores. En esta guerra, que ha durado más de cinco años, ambos han logrado y sufrido más que quizá cualquier otro pueblo en el mundo", se lamentó el nazi.
La agencia AP, que tuvo la exclusiva con uno de sus corresponsales presentes escribió para el mundo: "Alemania se rinde ante los aliados occidentales y Rusia a las 1.41 AM hora francesa de hoy". La noticia fue vetada por Washington y Londres. Querían esperar. La razón: Rusia.

Cuando Joseph Stalin, su líder, supo que Alemania había firmado esa rendición, se enfureció. Según él, como la URSS había sacrificado más soldados y civiles durante la guerra, su comandante militar más importante debería aceptar la rendición de Alemania, no el oficial soviético que había sido testigo de la firma en Reims. Stalin también se opuso a la localización de la firma: sostuvo que, como Berlín había sido la capital del Tercer Reich, ese debería ser el emplazamiento de su rendición.
La tercera objeción de Stalin (a saber: que Jodl no era el oficial militar de mayor rango de Alemania) sería la más convincente para el resto de los aliados, que recordaban cómo la firma del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial contribuyó a plantar las semillas de la siguiente guerra mundial.
En 1918, cuando el Imperio alemán se tambaleaba al borde de la derrota, se derrumbó y fue remplazado por una república parlamentaria. Matthias Erzberger, el nuevo secretario de Estado, había firmado el armisticio de Compiègne, en el que Alemania se rendía incondicionalmente. La capitulación fue una sorpresa para casi todos los civiles alemanes, a quienes habían contado que su ejército estaba a las puertas de la victoria. Por consiguiente, empezaron a circular rumores de que el nuevo gobierno civil de Alemania (y otros chivos expiatorios populares como los marxistas y los judíos) habían apuñalado por la espalda al ejército. Finalmente, Erzberger fue asesinado por ese mito, que se convirtió en un refrán común entre los miembros del nuevo partido nazi conforme se consolidaban para hacerse con el poder, recuerda la revista National Geographic.
Stalin argumentó que permitir que Jodl se rindiera en nombre de Alemania en la Segunda Guerra Mundial podría abrir la puerta a otro mito de "puñalada por la espalda", ya que Dönitz, un jefe de estado civil, había delegado en él. Preocupados por que Alemania pudiera volver a insistir en que su rendición era ilegítima si alguien que no fuera el mariscal de campo Wilhelm Keitel, comandante supremo de las fuerzas alemanas, firmaba personalmente el documento, los aliados decidieron reorganizar la capitulación. Por eso se dio la orden de parar a la prensa.
El 8 de mayo, Keitel acudió a Karlshorst, un suburbio de Berlín, para firmar el documento, en este caso frente al mariscal soviético Georgy Zhukov y una pequeña delegación aliada. Pero Keitel defendió una cuestión menor: quería añadir una cláusula que proporcionara a sus soldados un periodo de gracia de al menos 12 horas para asegurarse de que recibieran las órdenes de alto el fuego antes de enfrentarse a posibles sanciones por seguir luchando. Finalmente, Zhukov ofreció a Keitel una promesa verbal, pero no le concedió su solicitud de añadir esa cláusula. Debido al retraso, el documento no se ejecutó hasta después de la supuesta hora de comienzo del alto el fuego y el 9 de mayo ya había llegado.
Es por esa razón que los rusos aún celebran el Día de la Victoria cada 9 de mayo, con un enorme desfile militar en la Plaza Roja. La prensa soviética ni siquiera informó de la rendición de Reims hasta un día después, lo confirma la lectura de que la segunda capitulación fue un movimiento propagandístico orquestado para que Stalin pudiera atribuirse más mérito por poner fin a la guerra. Con todo, en el resto del mundo se conmemora el Día de la Victoria en Europa cada 8 de mayo, el día en que se suponía que empezaría oficialmente el alto el fuego. Este jueves hace 80 años.

Mirando a Oriente
La intervención de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial no obtuvo los resultados esperados y ello, unido a otros factores, como la crisis económica de 1929, propició el aislamiento en su política exterior. Durante años, los estadounidenses vieron la que fuera Segunda Guerra Mundial como un conflicto europeo.
Sin embargo, el entonces presidente, Franklin D. Roosevelt, convencido de que era inevitable que EEUU entrara en la guerra, tuvo que esperar al ataque japonés contra la base hawaiana de Pearl Harbor (o "Harbour", en inglés británico), el 7 de diciembre de 1941, para involucrar a su país en el conflicto.
La política expansionista de Japón en Asia y la búsqueda de un espacio vital, propiciada por la ideología militarista de su régimen y la necesidad de contar con materias primas, chocaba con los intereses de Estados Unidos y, en menor medida, Reino Unido.
Tras un comienzo de campaña fulgurante, los ejércitos nipones llegaron en 1942 a las puertas de Australia, conquistaron medio Pacífico, y ocuparon territorios en China, Corea e Indochina. La batalla del atolón de Midway (junio de 1942) y posteriormente la de Guadalcanal (agosto de 1942-febrero de 1943) supusieron sendas derrotas japonesas y la primera victoria estratégica aliada.
Como le ocurrió a la Alemania nazi con Rusia, la potencia industrial y humana de Estados Unidos era muy superior a la de Japón, sometido a constantes bombardeos norteamericanos, con lo que fue retrocediendo tanto en el Pacífico como en Asia. Ese frente no se cerraría hasta septiembre de 1945. Pero antes, el mundo debía pasar por otra infamia.

La bomba atómica
Las primeras armas nucleares fueron desarrolladas por Estados Unidos con la ayuda de Reino Unido y Canadá. El denominado "Proyecto Manhattan" logró construirlas y emplearlas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945, donde causaron unos 140.000 muertos en la primera y en torno a 100.000 mil en la segunda. Fue una tragedia que dejó un grave y duradero impacto radiactivo para la población y un enorme trauma moral -hasta hoy mismo- para el mundo entero.
Los grandes países contendientes se encontraban inmersos en la carrera atómica, siendo Alemania el más adelantado tras Estados Unidos y Rusia. El presidente Harry Truman decidió lanzar las dos bombas atómicas tras la negativa japonesa a rendirse de acuerdo con la declaración aliada de Postdam, en julio de 1945.
La dureza de la batalla de Okinawa, que causó un cuarto de millón de bajas entre abril y junio de 1945, hacía presagiar que la conquista de Japón exigiría un tributo de sangre muy elevado. La caída de Berlín, que le costó a los rusos más de 300.000 bajas en menos de un mes, también fue un precio demasiado alto.
El mando estadounidense optó por la opción nuclear, aunque ésta fuera muy discutida por la entrada de Rusia en la guerra contra Japón y el informe contrario de buena parte de la comunidad científica. Truman nunca se arrepintió, pero el debate sobre aquella decisión suya no acabará jamás. La tragedia en Hiroshima y Nagasaki rindió a Japón apenas días después, el 15 de agosto de 1945. En total, unas 214.000 personas murieron por el efecto directo de la explosión de las bombas en estas dos ciudades japonesas, pero las consecuencias de la radiación siguieron impactando sobre la población durante años.
El mundo había entrado en la era atómica y fue consciente de que un conflicto nuclear podría suponer una destrucción total que no dejaría ni vencedores ni vencidos. En todo caso, las grandes potencias optaron por la carrera armamentista como sistema de disuasión.
La Guerra Fría
Con el final del conflicto el mundo quedó dividido en dos bloques antagónicos con sus respectivas zonas de influencia: el Occidental, capitalista, bajo el liderazgo de Estados Unidos, y el Oriental, comunista, dirigido por la Unión Soviética. Este conflicto tomó el nombre de Guerra Fría ya que no hubo enfrentamiento armado directo entre las dos superpotencias, sino que fue político, económico y cultural.
Sin embargo, el mundo estuvo a un paso de un nuevo conflicto tras los incidentes de Berlín (1961), que desembocaron en la construcción del muro, y la llamada "Crisis de los misiles" en Cuba (1962). La Guerra Fría acabó con el final de los regímenes comunistas en Europa Oriental, en 1981, y el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991.
En el ínterin, las dos grandes potencias jugaron en tableros regionales y movían sus peones. Rusia alimentó y propició los movimientos comunistas y guerrilleros de Occidente y el Tercer Mundo. También aplastó con las armas cualquier disidencia, como ocurrió en Berlín Este (1953), Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968).

Estados Unidos inspiró golpes de Estado, especialmente en Latinoamérica, frente a Gobiernos de izquierda y asesoró a las fuerzas policiales y ejércitos de todo el mundo en tareas de contrainsurgencia.
Pese al establecimiento de instituciones internacionales para evitar conflictos, como la Organización de las Naciones Unidas, hubo numerosos conflictos armados: las guerras civiles en Grecia (1946-1950) y en Cirea (1951-1953); las de descolonización como la de Indochina (1946-1954), Argelia (1954-1962), o las creadas para frenar la expansión del comunismo: Vietnam (1955-75), así como la eterna de Oriente Próximo entre árabes e israelíes...
La violencia fue creciendo hasta niveles insoportables mientras cobraba fuerza la Declaración de los Derechos humanos adoptada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Estados Unidos puso en marcha el plan Marshall para la reconstrucción de los países aliados y la URSS hizo algo similar con el Comecon. Reino Unido perdió su imperio colonial. Ocurrió lo mismo con otros países europeos durante el proceso de descolonización que empezó en los años 50, incluyendo Francia.
Los grandes números, la gran infamia
Cerca de 70 millones de personas lucharon en las fuerzas armadas de los países aliados y del Eje. Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética formaban los Aliados, el grupo que luchaba contra el Eje. Entre 1939 y 1944, al menos 50 naciones acabarían uniéndose a la alianza. Trece naciones más se unirían en 1945, entre ellas: Australia, Bélgica, Brasil, la Mancomunidad Británica de Naciones, Canadá, India, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Checoslovaquia, Dinamarca, Francia, Grecia, Países Bajos, Noruega, Polonia, Filipinas y Yugoslavia.
Esta es la lista de bajas:
Australia: 23.365 muertos; 39.803 heridos
Austria: 380.000 muertos; 350.117 heridos
Bélgica: 7.760 muertos; 14.500 heridos
Bulgaria: 10.000 muertos; 21.878 heridos
Canadá: 37.476 muertos; 53.174 heridos
China: 2.200.000 muertos; 1.762.000 heridos
Francia: 210.671 muertos; 390.000 heridos
Alemania: 3.500.000 muertos; 7.250.000 heridos
Gran Bretaña: 329.208 muertos; 348.403 heridos
Hungría: 140.000 muertos; 89.313 heridos
Italia: 77.494 muertos; 120.000 heridos
Japón: 1.219.000 muertos; 295.247 heridos
Polonia: 320.000 muertos; 530.000 heridos
Rumanía: 300.000 muertos; heridos desconocidos
Unión Soviética: 7.500.000 muertos; 5.000.000 de heridos
Estados Unidos: 405.399 muertos; 670.846 heridos
Suiza, España, Portugal y Suecia se declararon neutrales durante la guerra. Finlandia nunca se unió oficialmente ni a los Aliados ni al Eje y estaba en guerra con la Unión Soviética al estallar la Segunda Guerra Mundial. Al necesitar ayuda en 1940, los finlandeses se unieron a la Alemania nazi para rechazar a los soviéticos. Cuando se declaró la paz entre Finlandia y la Unión Soviética en 1944, Finlandia se unió a los soviéticos para expulsar a los alemanes.
Las pérdidas económicas no fueron menos dramáticas. Algunas estimaciones las elevan al billón y medio de dólares. La producción industrial y agrícola, al final del conflicto, se había desplomado al 30% de 1939 en el caso de Alemania, y al 40% o 50% en la mayor parte de Europa. Entre los aliados, el campo soviético y la industria francesa fueron los más perjudicados. No menos de 6.000 puentes fueron volados o inutilizados en Francia y más de dos millones de casas fueron destruidas.

Y está el Holocausto, el mal absoluto, la persecución y aniquilación sistemática, auspiciada por el estado, de los judíos europeos por parte de la Alemania nazi y de sus colaboradores entre 1933 y 1945. Los judíos fueron las víctimas principales (seis millones fueron asesinados). También los romas y sintis (gitanos), las personas con discapacidades físicas y mentales, homosexuales, resistentes y civiles polacos fueron blanco de la destrucción y de la matanza, por ser de determinada raza étnica, nacionalidad o ideología. Otros tantos millones de personas, entre ellos, homosexuales, testigos de Jehová, prisioneros de guerra soviéticos y disidentes políticos también fueron víctimas de opresión y muerte fascista.
La ideología nazi se basó en el antisemitismo y el antigitanismo preexistentes en Europa central. Parte de la población local colaboró de buen grado con sus políticas. Otros ayudaron a las víctimas. La mayoría fueron testigos. El racismo nazi exigía la esterilización forzosa de los alemanes de ascendencia africana, el asesinato de alemanes con discapacidad y prisioneros de guerra soviéticos, y la esclavización de las personas de etnia eslava. Los nazis criminalizaron a todos los que consideraban opositores al régimen. No obstante, en el imaginario nazi, los judíos se perfilaban como la principal amenaza para su nuevo orden mundial.
Así nacieron los campos de concentración y de exterminio, en los que se agruṕó a estas personas para obligarlas a trabajar y eliminarlas, con métodos como las cámaras de gas. Inconcebibles hasta entonces, pero meditadas y planeadas por gobernantes que hoy no son repudiados ni censurados por algunas formaciones de ultraderecha europeas. Ese es el miedo, ahora.
En peligro
"Las banderas de la libertad ondean en toda Europa", dijo el presidente de EEUU, Truman, en su discurso anunciando la derrota nazi. No era exacto, porque quedaban dictaduras aplastantes como la de Francisco Franco en España o la António de Oliveira Salazar en Portugal. Pero, en líneas generales, en los países sometidos a la batalla o la bota nazi, era verdad. La guerra había terminado.
Sin embargo, la serpiente del fascismo y el odio visceral al diferente tiene siempre huevos escondidos y, 80 años después, Europa parece haber olvidado algunas de las lecciones aprendidas entonces. De la Segunda Guerra Mundial sacamos un mundo vigilante ante la barbarie y el radicalismo, una apuesta clara por la cooperación internacional (lo deja claro el alumbramiento de Naciones Unidas) y la defensa de los derechos humanos.

Hoy, sin embargo, hay paralelismos que dan pánico con los años en los que se atacaba y perseguía al distinto y en los que los líderes de soluciones facilonas y radicales ganaban elecciones ante la falta de respuestas del sistema establecido, de los partidos tradicionales. ¿Es posible la involución? Sin duda, cuando en Alemania los ultras de la AfD son ya la segunda fuerza federal, primera en la oposición parlamentaria. Cuando en Roma hay partidos de Gobierno (Hermanos de Italia) que no condenan los crímenes de Benito Mussolini.
La flaca memoria nos deja desnudos ante estas nuevas amenazas, que crecen por la ceguera de los bienintencionados demócratas o por inacción o tacticismo. Rehabilitar los valores y lecciones de la Segunda Guerra Mundial se hace urgente cuando el presidente de EEUU, Donald Trump, rompe el multilateralismo e insulta a las organizaciones internacionales surgidas del consenso de 1945, cuando debilita la política atlantista lanzada tras la creación de la OTAN (1949). Hoy el socio del otro lado del océano impone aranceles y amenaza con irse de la Alianza porque le sale cara. El aislacionismo es su bandera. Hoy Alemania es un país esencial para la defensa de la OTAN y un aliado sólido, en cabeza, de la Unión Europea.
También han cambiado las tornas en Rusia, que no está siendo invitada a los años por el 80º aniversario de la derrota nazi porque en febrero de 2022 decidió invadir Ucrania, con un afán totalitario que igualmente viola los consensos posteriores a la Segunda Gran Guerra. Casi el 50% de los daños en suelo de la URSS en aquella contienda se concentraron en lo que hoy es Ucrania, precisamente.
Si entonces se acordó que las fronteras soberanas eran intocables, por la fuerza o por la guerra, el presidente ruso, Vladimir Putin, lo ha olvidado. Los europeos tratan de mostrar firmeza en todos los actos de estos días para que lo recuerde, en medio de unas negociaciones auspiciadas por EEUU en la que ya se sabe que Ucrania va a salir mutilada.
Hoy, más que de fiesta, es día de reflexión para saber cómo no tirar por la borda lo conquistado.