Europa alza la voz por el programa nuclear de Putin: quieren llegar al espacio
Según EEUU, los de Putin están desarrollando un programa para dotar de ojivas atómicas a algunos de sus satélites. Si adquiere esta capacidad, el daño sería grave.

La Fundación de Ciencias y Política de Berlín (Stiftung Wissenschaft und Politik, SWP) ha publicado un comentario en el que revisa las posibles consecuencias "destructivas" en el espacio, la escalada en la Tierra y el daño al control de armamentos que puede suponer el avance del programa nuclear de Rusia.
El artículo, firmado por los especialistas Jonas Schneider y Juliana Süß, expone que, según el Gobierno estadounidense, los de Vladimir Putin están desarrollando un programa para dotar de ojivas nucleares a algunos de sus satélites. Si el Kremlin adquiere esta capacidad, "podría destruir partes clave de la infraestructura satelital civil detonando una sola arma nuclear en órbita terrestre baja", afirman. Importantes satélites militares estadounidenses también se encuentran en el espacio y han dado la voz de alerta. El uso de armas nucleares rusas en ese espacio "podría debilitar gravemente al ejército estadounidense y potencialmente desencadenar una escalada militar en la Tierra", ahondan los expertos.
El despliegue de una ojiva nuclear en el espacio, además de una clara amenaza, constituiría una violación del Tratado del Espacio Ultraterrestre. El desarrollo de esta capacidad "parece estar en consonancia con el enfoque estratégico de Rusia de socavar el orden internacional establecido y emprender acciones de alto riesgo para obtener concesiones de Occidente, en particular en el contexto de Ucrania", donde comenzó su guerra de invasión en febrero de 2022. "El Kremlin también intenta incorporar el espacio, cada vez más militarizado, a esta estrategia mediante el uso de armas antisatélite no nucleares. Europa debe estar preparada para afrontar este desafío constante", dice el SWP.
Los países y sociedades occidentales dependen cada vez más de la tecnología espacial. Estas comunidades dependen de servicios comerciales que utilizan sistemas de comunicación satelitales. La guerra en Ucrania ha ilustrado el papel fundamental que desempeña la tecnología espacial en la guerra moderna, donde los satélites son fundamentales en misiones de reconocimiento y la coordinación de vehículos aéreos no tripulados (UAV). A medida que aumenta la dependencia de Occidente de esta tecnología, también lo hace su vulnerabilidad. Esta amenaza se está acelerando actualmente como resultado de las inversiones de Rusia y China en armamento antisatélite. Hasta ahora, estas armas solo han consistido en armas convencionales. ¿Se convertirán pronto en armas nucleares? Es lo que el informe trata de aclarar.
Lo que sabemos de sus planes
Hay información general disponible sobre las armas antisatélite de Rusia y ahora también han surgido algunos detalles sobre el aspecto nuclear del arsenal. Cosmos 2553, un satélite ruso lanzado a principios de febrero de 2022, está en el centro de atención. Inmediatamente despertó el interés de las Fuerzas Armadas de EEUU debido a su ubicación en una zona espacial sin uso, normalmente reservada para satélites fuera de servicio. Rusia afirma que su decisión de utilizar esta órbita es puramente científica: el objetivo es probar la resistencia de los materiales y componentes electrónicos a niveles más altos de radiación. Sin embargo, el Gobierno de EEUU no considera creíble esta explicación, ya que el nivel de radiación en la órbita de Cosmos 2553 es muy alto, pero no lo suficiente como para justificar las pruebas de resistencia descritas por Moscú.
Además de la existencia de Cosmos 2553, "parece seguro que Rusia cuenta con un programa nuclear antisatélite", dice el análisis. Los servicios de inteligencia estadounidenses lo han estado vigilando con preocupación durante casi una década. Washington cree que, en un futuro próximo, "Moscú podría equipar uno o más satélites con una ojiva nuclear".
"Sin embargo, según el consenso actual, Cosmos 2553 no es un arma antisatélite activa. Por lo tanto, no existe una amenaza inmediata", aclara el texto. No obstante, medios de comunicación estadounidenses, citando fuentes gubernamentales, afirman que el satélite ruso está equipado con una ojiva simulada. De ser cierto, "aportaría pruebas contundentes contra la explicación científica del Ejecutivo ruso". Más allá de estas certezas relativas sobre Cosmos 2553 y los planes de Rusia, quedan tres preguntas sin respuesta.
En primer lugar, no está claro qué área del espacio sería el objetivo de un satélite ruso con armas nucleares. Hay tres órbitas principales: la órbita terrestre baja (LEO) se extiende de 100 a 2.000 kilómetros sobre la superficie de la Tierra. Es el hogar de casi todos los satélites comerciales y más del 90% de todos los satélites en el espacio. Cosmos 2553 orbita la Tierra a una altitud de 2.000 kilómetros. Por encima de LEO está la órbita terrestre media (MEO), que se extiende hasta una altitud de aproximadamente 36.000 kilómetros. Hay muchos menos satélites aquí, pero incluyen capacidades básicas como el GPS, los satélites europeos Galileo y el sistema de navegación ruso GLONASS. La región más alta es la órbita terrestre geoestacionaria (GEO), que se extiende más allá de los 36.000 kilómetros. GEO es el hogar de satélites meteorológicos y de televisión, así como activos estratégicos como satélites de comunicaciones militares, capacidades de comando y control, y sistemas de alerta temprana para ataques con misiles.
Por lo tanto, el número y tipo de satélites afectados por una explosión nuclear en el espacio dependería de su órbita. Detonar un arma nuclear en órbita baja afectaría al mayor número de satélites e interrumpiría las capacidades espaciales en general. "Una explosión nuclear en órbita media afectaría a los sistemas de navegación que también se utilizan con fines militares. Los activos en órbita geoestacionaria son cruciales para la disuasión estratégica", dicen los analistas.
En segundo lugar, la carga útil de un futuro satélite con armamento nuclear no puede identificarse desde el exterior hasta su detonación. Aunque se puede obtener información de otras fuentes, no es posible verificarla visualmente.
En tercer lugar, las implicaciones estratégicas del trabajo de Moscú hasta la fecha para dotar de armas nucleares a satélites no están claras. "¿Acaso Rusia simplemente busca conservar la opción de desplegar un satélite con armas nucleares en el espacio posteriormente si fuera necesario (en cuyo caso aún no está claro si se desplegaría realmente)? ¿O se trata de un programa de armas ya establecido y su despliegue es inevitable? De ser así, el satélite sería una opción entre las muchas armas antisatélite a disposición de Vladimir Putin", añaden.
Una variedad de armas antisatélite
Tomar medidas contra satélites con la intención de destruirlos o inutilizarlos no es una práctica nueva por parte de los Estados. La serie de pruebas estadounidense "Bold Orion" fue la primera en demostrar la capacidad de interceptar satélites con misiles lanzados desde el aire. Los especialistas miran al pasado en profundidad y explican que comenzó en mayo de 1958, tan solo unos meses después del lanzamiento del Sputnik 1 por parte de la Unión Soviética en octubre de 1957, que marcó el inicio de la era satelital. Hoy en día, las medidas antisatélite, como la interferencia y la suplantación de señales satelitales, son cotidianas. Por ejemplo, Rusia ha estado interfiriendo señales GPS en el este de Ucrania desde 2014. Estos ejemplos ilustran la amplia gama de armas antisatélite disponibles en la actualidad, algunas de las cuales ya se han desplegado. Un ejemplo claro de guerra híbrida.
En un extremo del espectro se encuentran las armas antisatélite, con efectos relativamente leves, como la interrupción temporal de las señales de un satélite. Sin embargo, estados como Rusia las utilizan en tiempos de guerra para limitar la capacidad militar de sus oponentes, y fuera de ellos para demostrar las vulnerabilidades de sus rivales e identificar sus puntos débiles en preparación para un posible conflicto.
Sin embargo, las armas de mayor impacto pueden causar daños permanentes a los satélites o incluso destruirlos físicamente. El desarrollo de tales capacidades en Rusia probablemente forme parte de una estrategia general de chantaje para influir en las acciones occidentales, demostrando que el potencial destructivo del Kremlin tiene alcance global y sugiriendo que Moscú podría estar preparado para tomar medidas tan arriesgadas e imprudentes.
Más allá de su eficacia, "las armas antisatélite difieren en función de sus objetivos: pueden atacar satélites en el espacio, estaciones terrestres en la Tierra o interferir con las señales enviadas entre estos dos puntos", insisten los analistas.
Las armas antisatélite se pueden dividir, a grandes rasgos, en cuatro grupos: medidas electrónicas, ciberataques, armas cinéticas y armas no cinéticas. Las medidas electrónicas incluyen los sistemas mencionados anteriormente para interferir y suplantar las señales satelitales. La interferencia de señales impide temporalmente que una señal GPS u otra señal llegue al receptor. En caso de suplantación, se transmiten señales falsas temporalmente. La frecuente suplantación por parte de Rusia en 2024 puso en peligro la aviación civil sobre Estonia.
Los sistemas satelitales también están siendo atacados mediante ciberataques. Ya en 2007 y 2008, la estación terrestre de satélites estadounidenses ubicada en Svalbard, Noruega, fue atacada. En aquel momento, los atacantes incluso habrían sido capaces de manipular los satélites estadounidenses, pero decidieron no hacerlo. Esto demuestra que no se necesita una nación con capacidad espacial para causar daños en el espacio. Un ciberataque basta para atacar los sistemas satelitales.
La categoría de armas antisatélite cinéticas incluye sistemas en el espacio y en la Tierra. Los ataques a estaciones terrestres pueden inutilizar un sistema satelital, por ejemplo, mediante ataques aéreos o sabotaje.
Rusia ha realizado pruebas que indican una función coorbital cinética: ha disparado proyectiles a alta velocidad en el espacio. Las armas coorbitales -es decir, las armas estacionadas en el espacio- también pueden incluir satélites que realizan maniobras de encuentro y proximidad con otros satélites y podrían utilizarse con fines hostiles. Los satélites podrían ser atacados a corta distancia o incluso agarrados con brazos de agarre y colocados en una nueva órbita. China lo demostró en 2021 con uno de sus propios satélites desmantelados.
La capacidad cinética más conocida son las armas antisatélite de "ascenso directo". Estas implican el lanzamiento de misiles desde tierra para destruir cinéticamente un satélite. Hasta la fecha, Estados Unidos, Rusia, China e India han demostrado esta capacidad, pero solo contra sus propios satélites desmantelados. Se trata de pruebas de capacidad de disuasión militar: una forma de enviar señales a los rivales en situaciones tensas. Por ejemplo, China destruyó un satélite meteorológico en 2007 en medio de tensiones con Taiwán. Estados Unidos respondió derribando uno de sus propios satélites inactivos en 2008. A finales de 2021, poco antes de su invasión de Ucrania, Rusia derribó un satélite de reconocimiento.
Finalmente, las armas no cinéticas incluyen capacidades en el espacio y la Tierra, como las armas láser diseñadas para interferir con los sensores ópticos de los satélites de reconocimiento y observación de la Tierra. Niveles muy bajos de energía láser son suficientes para deslumbrar los sensores e interrumpir las operaciones de los satélites. Láseres más potentes pueden dañar físicamente los sensores e inutilizarlos permanentemente. Es casi seguro que China posee tales armas, Rusia afirma tenerlas, y Estados Unidos ha cumplido todos los requisitos para desarrollar estos sistemas láser.
Las armas coorbitales no cinéticas podrían interferir con otros satélites mediante el uso de sustancias químicas, espionaje o fotografía para determinar su uso. Una detonación nuclear en el espacio también se consideraría un arma no cinética.
Las explosiones atómicas en el espacio pueden destruir o dañar no solo satélites individuales, sino un gran número de ellos de un solo golpe. Dicha detonación puede lograrse equipando un satélite con una ojiva nuclear, que también puede lanzarse al espacio en la parte frontal de un misil. Los nueve estados con armas nucleares tienen esta capacidad, independientemente de si son naciones con capacidad espacial: poseen misiles intercontinentales o al menos de mediano alcance que pueden equiparse con ojivas nucleares. Estos podrían entrar en órbita terrestre baja (LEO) en su trayectoria balística y detonar allí una ojiva nuclear antes de regresar a la Tierra. La Unión Soviética y Estados Unidos ya realizaron pruebas en las décadas de 1950 y 1960.
¿Qué efectos tienen las armas nucleares en el espacio?
Si se detonara un arma nuclear en el espacio, tendría tres efectos. Las consecuencias dependerían del lugar de la detonación. En primer lugar, una explosión atómica generaría innumerables fragmentos de escombros -o basura espacial- debido a una liberación masiva de partículas gamma (explosiones gamma), que destruirían satélites en un radio de unos 80 km. Si estos fragmentos impactaran satélites más lejanos, también sufrirían daños, generando así más escombros. Dado que los satélites se mueven a velocidades muy altas en el espacio, incluso los fragmentos más pequeños podrían causar una destrucción significativa al colisionar. Especialmente en la densamente poblada órbita terrestre baja (LEO), la cantidad de estos fragmentos de escombros inducidos por explosiones -transformados esencialmente en proyectiles- sería enorme.
Además, una explosión nuclear en el espacio aumentaría significativamente los niveles de radiación. La cantidad dependería de la potencia explosiva del arma nuclear. Un estudio del gobierno estadounidense sugiere que la radiación de una explosión de menor potencia (10-20 kilotones) en LEO afectaría inmediatamente entre el 5 y el 10 por ciento de todos los satélites en el espacio. Debido al campo magnético de la Tierra, el aumento de radiación resultante no disminuiría rápidamente; podría persistir durante meses, o incluso años. Incluso los satélites que no sufrieran daños inmediatos por la detonación nuclear no permanecerían operativos por mucho tiempo. Esto se debe a que la electrónica a bordo de un satélite requeriría más energía debido a la radiación. Como resultado, el control de altitud del satélite, los propios componentes electrónicos y el enlace de comunicación fallarían gradualmente.
Finalmente, una explosión nuclear en el espacio generaría un pulso electromagnético (PEM). Esto interrumpiría la electrónica de a bordo de los satélites. Un PEM también podría tener graves efectos en la Tierra si la explosión ocurriera en órbita terrestre baja. Aunque no se pondrían en riesgo vidas humanas directamente, se podrían esperar cortes de energía generalizados y graves daños a largo plazo en las redes eléctricas, con consecuencias en cascada, como graves interrupciones en la atención médica.

Las opciones de resiliencia son limitadas
Las consecuencias de estos efectos físicos en el espacio para la Tierra también dependen de la posibilidad de proteger pasivamente los satélites contra los efectos de las explosiones nucleares. Sin embargo, existen importantes obstáculos para implementar medidas que mejoren la resiliencia.
Es técnicamente posible proteger los satélites de la radiación y de un pulso electromagnético (PEM). Unos recubrimientos especiales pueden endurecer los materiales contra estos dos efectos. Todos los satélites están algo reforzados contra la radiación, ya que el espacio es un entorno con alta intensidad de radiación. El nivel de radiación natural depende de la órbita específica. Dado que la radiación es menos intensa en órbita baja terrestre (LEO) y que los satélites suelen permanecer en este entorno durante un periodo relativamente corto (normalmente de cinco a siete años), los satélites en esta órbita son actualmente los menos protegidos contra la radiación. Sin embargo, el nivel de radiación resultante de una explosión nuclear, que se mantendría elevado durante un largo periodo de tiempo en el espacio, superaría con creces la capacidad de resiliencia actual de la mayoría de los satélites en LEO. Un refuerzo adicional contra la radiación aumentaría el tamaño, especialmente el peso, y, en consecuencia, el precio del satélite en servicio. Esto lo hace poco atractivo como medida preventiva, especialmente para los proveedores de servicios comerciales.
Los satélites comerciales no están protegidos contra pulsos electromagnéticos (PEM). Esto se debe principalmente a un problema de costos, ya que se estima que el refuerzo contra PEM incrementa el precio total de un satélite entre un 5 % y un 10 %, un margen considerable en un mercado altamente competitivo. Sin embargo, para activos estratégicos, estas diferencias de costo son insignificantes. Se espera que estos sistemas permanezcan operativos en cualquier circunstancia. Por esta razón, todos los satélites militares estadounidenses, por ejemplo, están reforzados contra PEM y protegidos contra la radiación.
Aunque desarrollar la resiliencia de un satélite contra la radiación y los pulsos electromagnéticos es técnicamente factible, aunque costoso, una defensa duradera y eficaz contra los desechos sigue siendo imposible. La única forma aparente de evitar sus efectos es que los desechos se encuentren en una órbita completamente diferente. Si los desechos se propagan dentro de la misma órbita, las probabilidades de supervivencia solo aumentan si la explosión de rayos gamma destruye relativamente pocos satélites. Este escenario es concebible en órbitas de medio y gran altitud (MEO) y de órbita geoestacionaria (GEO), pero casi imposible en órbita baja (LEO). Por esta razón, el gobierno estadounidense asume que la LEO quedaría inutilizable durante un año tras una explosión nuclear en la misma órbita. Sin embargo, los expertos consideran incluso esta estimación optimista.
¿Hay riesgo de escalada?
Dado que la protección pasiva es tan limitada, una explosión nuclear rusa en el espacio podría causar una destrucción tan extensa que Estados Unidos podría verse obligado a tomar represalias. Dependiendo de la naturaleza de la respuesta estadounidense, también podría existir el riesgo de una mayor escalada en la Tierra.
Prácticamente no se sabe nada públicamente sobre cómo respondería el gobierno estadounidense a un ataque nuclear ruso en el espacio. Sin embargo, la respuesta estadounidense probablemente dependería en gran medida del alcance de la destrucción causada por Rusia, tanto en términos cuantitativos como cualitativos.
Se producirían daños graves especialmente si Moscú detonara un arma nuclear en órbita baja (LEO). Dado que esta región del espacio está densamente poblada, la destrucción causada por los escombros probablemente sería extremadamente alta. El daño por radiación también sería mayor en LEO que en otras órbitas, ya que los numerosos sistemas comerciales allí están escasamente reforzados. Además, los efectos nocivos de los pulsos electromagnéticos (PEM) también podrían ocurrir en la Tierra en caso de una detonación nuclear en esta órbita cercana a la Tierra.
En términos cualitativos, Estados Unidos se enfrentaría a consecuencias devastadoras de un ataque nuclear ruso en el espacio si sus satélites militares clave se vieran afectados. Tradicionalmente, esto se refiere a los activos estratégicos de Estados Unidos en GEO. La constelación de satélites GPS en MEO es igualmente importante. Sin embargo, los sistemas satelitales relacionados con el ámbito militar también han estado estacionados en LEO desde hace algún tiempo. Estos incluyen Starshield , que es la contraparte militar del principal proveedor de internet satelital comercial, Starlink . El Departamento de Defensa de EEUU también está expandiendo las capacidades de alerta temprana en LEO para contrarrestar la amenaza cada vez más compleja que representan los nuevos tipos de misiles, como los vehículos de planeo hipersónicos.
La respuesta de Washington a un ataque nuclear en el espacio dependería del contexto de cada caso: la trayectoria de la crisis, así como la ubicación del ataque en los ejes de daño cuantitativo y cualitativo. Una represalia no militar por parte de Estados Unidos sería más plausible si una explosión nuclear en la escasamente poblada MEO o en el límite exterior de la LEO destruyera solo un pequeño número de satélites comerciales y, en ausencia de un pulso electromagnético en la Tierra, no causara víctimas mortales. Presumiblemente, las severas sanciones financieras y comerciales y los duros ataques cibernéticos serían la opción preferida por Washington en caso de un daño "puramente económico" tan manejable.
También cabría esperar una respuesta estadounidense deliberadamente limitada si una explosión nuclear rusa inutilizara solo unos pocos sistemas militares estadounidenses no críticos. En tal caso, sería lógico que el gobierno estadounidense, por razones de proporcionalidad, inutilizara algunos satélites militares rusos, por ejemplo, utilizando medios no cinéticos. También podría considerarse un ataque comparable contra la infraestructura militar rusa en la Tierra. Esta respuesta de Estados Unidos también se centraría en evitar una mayor escalada militar. Sin embargo, la magnitud de los daños causados por una explosión nuclear rusa a los sistemas espaciales comerciales y, sobre todo, militares, aumentaría la presión sobre Washington para contraatacar con contundencia.
La represalia estadounidense probablemente adoptaría una forma muy diferente si un ataque nuclear ruso inutilizara activos espaciales vitales para la seguridad nacional estadounidense. Cabría esperar una respuesta militar severa en la Tierra si los satélites militares estadounidenses resultaran dañados hasta el punto de que Estados Unidos perdiera, incluso parcialmente, la capacidad de: 1) librar guerras convencionales en el extranjero, 2) emitir alertas tempranas de un ataque nuclear intercontinental contra territorio estadounidense, o 3) tomar represalias contra dicho ataque nuclear.
En este caso, ni siquiera se podría descartar el uso limitado de armas nucleares estadounidenses. La “Revisión de la Postura Nuclear” de 2018 de la administración Trump, por ejemplo, se reservó explícitamente el derecho a responder con represalias nucleares a ataques estratégicos contra las “capacidades de comando y control, o de alerta y evaluación de ataques” espaciales de las fuerzas nucleares estadounidenses. Los escenarios de esta magnitud conllevan naturalmente un alto riesgo de una mayor escalada.
El control de armas en riesgo
Los daños a la arquitectura de control de armas se producirían antes de que tuviera lugar cualquier destrucción en el espacio o escalada en la Tierra. El primer aspecto afectado sería el Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967, piedra angular de todos los esfuerzos de control de armamentos en el espacio, ya que prohíbe el emplazamiento de armas nucleares en el espacio. El mero emplazamiento de un satélite ruso equipado con una ojiva nuclear en el espacio violaría este tratado de control de armamentos, independientemente de si la ojiva llega a detonarse.
El Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares de 1963 prohíbe expresamente la realización de ensayos nucleares en el espacio ultraterrestre, en la atmósfera y bajo el agua. Una violación de este acuerdo solo ocurriría si Moscú detonase una ojiva nuclear en el espacio, no antes.
Rusia es parte de ambos tratados de control de armas. La Unión Soviética contribuyó a la negociación, y poco después ratificó, de los acuerdos en la década de 1960. Sin embargo, en 2024, el Kremlin rechazó los esfuerzos de la administración Biden por reafirmar el Tratado del Espacio Ultraterrestre en el marco de las Naciones Unidas (ONU), lo que habría reforzado la prohibición del emplazamiento de armas nucleares en el espacio. Al mismo tiempo, Rusia niega cualquier intención de llevar a cabo tales despliegues. Sin embargo, su explicación de que Cosmos 2553 es estrictamente para fines civiles es totalmente inverosímil. Con sus acciones, Moscú está socavando el Tratado del Espacio Ultraterrestre. Al igual que en otras áreas del control de armas, el gobierno ruso está aumentando una vez más la presión sobre Occidente.
Un debate callado pero fundamental puesto sobre la mesa por el Stiftung Wissenschaft und Politik.