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Putin y sus tácticas dilatorias: cómo estira la cuerda en el proceso de paz con Ucrania

Putin y sus tácticas dilatorias: cómo estira la cuerda en el proceso de paz con Ucrania

El presidente ruso da falsas esperanzas al mundo proponiendo citas a las que no va y sobre las que añade constantemente nuevas exigencias. Busca acallar a Trump, ganar tiempo en la guerra y mostrar fortaleza interna. No parará sin más presión. 

El presidente ruso, Vladimir Putin, llega a una reunión con el primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, en el Kremlin, el 14 de mayo de 2025.Alexander Nemenov / Pool via REUTERS

Rusia y Ucrania tuvieron este viernes en Estambul, con la mediación de Turquía, su primera reunión directa desde 2022, un intento buscar una solución negociada a la guerra de invasión lanzada por la Federación en febrero de ese año. La iniciativa del encuentro fue del presidente ruso, Vladimir Putin, en un aparente gesto de buena voluntad. Impuso el lugar y el mediador. Luego, las delegaciones. Más tarde, las condiciones del debate. Así, hasta hacer de la cita lo que pretendía: una humillación para el invadido, con la que gana tiempo, atempera la frustración de Estados Unidos por la falta de soluciones y manda un mensaje doméstico de fuerza y dominio. No es nuevo, pero es cada vez más irritante. 

Esa ha sido la estrategia de Putin desde el principio, desde que el presidente de EEUU, Donald Trump, retornase en enero a la Casa Blanca y anunciara su plan de poner fin a esta contienda. El republicano dejó claras sus apuestas desde el minuto uno: cesiones para Ucrania, bilateralismo en los contactos, recuperación del papel mundial de Moscú, aislamiento de Europa y cero garantías de seguridad para Kiev. A Putin le pedía poco, pero aún menos le da. Con el paso de los meses, el Kremlin ha ido irritando a Trump hasta el punto de lanzarle ultimátums. Le ve el juego, parece, pero aún no llega a aplicarle la presión determinante que reclaman Kiev y sus socios europeos. 

Vayamos al pasado fin de semana. Los líderes de Reino Unido, Francia, Alemania y Polonia viajaron a Kiev, en medio de una gran expectación, para lanzar a Rusia una advertencia final sin precedentes: se había acabado el tiempo de las conversaciones vanas, dijeron. Si Putin no aceptaba para el mismo lunes un alto el fuego incondicional de 30 días -una propuesta que Washington planteó el 11 de marzo, que fue inmediatamente aceptada por Kiev pero no por Moscú-, se enfrentaría a nuevas y duras sanciones y a un aumento de las transferencias de armas occidentales a Ucrania. "Todos aquí, junto con EEUU, estamos criticando a Putin. Si se toma en serio la paz, tiene la oportunidad de demostrarlo ahora", declaró el primer ministro británico, Keir Starmer.

Por un instante, pareció posible que esta audaz medida pudiera revitalizar los vacilantes esfuerzos de paz. Después de todo, si Putin aceptaba un alto el fuego, se abriría el camino para negociaciones más sustanciales, o ese era el plan. Si se negaba, Occidente se vería obligado a aumentar la presión sobre Moscú y obligar a Rusia a reconsiderar su postura, sobre todo con la imposición de nuevas sanciones económicas y diplomáticas. Sin embargo, el dirigente ruso tenía otras ideas y, en una rueda de prensa organizada apresuradamente a medianoche en el Kremlin, optó por no abordar directamente el deadline de Occidente. En su lugar, propuso conversaciones bilaterales con Ucrania, directamente, algo no visto desde los primeros meses de la guerra, cuando nadie pensaba que fuera a durar lo que está durando.

El anuncio de Putin de que estaba dispuesto a reanudar las negociaciones con las autoridades ucranianas logró eclipsar el ultimátum del sábado. También socavó cualquier pasajera sensación de unidad y de decisión venida de los occidentales, los partidarios de su rival. Cómo sería el cortocircuito que Trump, el primero en romper filas, publicó un comunicado instando al Gobierno del ucraniano Volodimir Zelenski a aceptar " inmediatamente " la oferta de Putin y determinar si un acuerdo de paz es realmente posible. El ruso dispone, el norteamericano exige, el ucraniano obedece. Otra vez la misma dinámica. 

En esta semana se han vivido horas de verdadera confusión. Tras la supuesta mano tendida de Putin, ¿habría castigo de Occidente sí o no? ¿Las conversaciones ya eliminaban la amenaza, entonces? ¿Era mejor esperar o ir a por todas, por si acaso? El cuarteto de Kiev se aferró a la prudencia y prefirió esperar acontecimientos. Sólo Alemania dijo: "El tiempo apremia". Pero la fecha límite había pasado y las acciones contundentes se habían congelado. El balón rodaba ya en otro campo, en Turquía, el país propuesto por el Kremlin como zona neutral, con el autoritario Recep Tayyip Erdoğan de padrino. 

Se fueron conociendo los detalles, la fecha, la ciudad, Zelenski dio el paso de reclamar que fuera a Estambul el propio Putin, a tener un cara a cara, un paso que demuestra valentía y desesperación a un tiempo. Pero el ruso se ausentó, estirando la cuerda hasta el último momento, para luego rebajar el peso del equipo negociador hasta el ridículo. Con su idea, se estaba quitando de encima la presión de EEUU de avanzar en las negociaciones, hasta el punto de amenazar con dejar de ser mediador si no se empezaba a ver algún resultado concreto. A la vez, Putin ha hecho mofa de este encuentro, con el ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, y su portavoz, Maria Zajarova, insultando a Zelenski cual ametralladora: "patético", "payaso", "fracasado"... Todo lindezas, todo diplomacia. 

De nuevo, el Kremlin iba de farol. Quiere negociar con Trump, pero no con Zelenski, a quien considera un nazi, no un igual. No quiere que Europa intervenga de ninguna manera y, si los Veintisiete se dividen, mejor que mejor. Sí quiere libertad de acción y el mínimo posible de cesiones y cortapisas. No se conforma con los planes ya conocidos de la Casa Blanca, que incluyen la posibilidad de que Rusia se quede con el territorio ucraniano conquistado hasta ahora (un 20% aproximadamente) y con la península de Crimea (anexionada en 2014). Y eso le lleva a evadirse de sus responsabilidades en el proceso negociador. 

Estira que estira

La respuesta de Putin a las cuatro voces europeas va en la línea de lo que ha hecho en estos meses de voluntad declarada de EEUU de mediar y cerrar esta invasión, aunque Trump se guarde mucho de usar esa palabra, todo sea dicho. Desde el inicio de las conversaciones preliminares en febrero y en los avances escasos, como la primera cita indirecta en Arabia Saudí, Putin ha expresado su apoyo a la paz. De boquilla porque, al mismo tiempo, ha ofrecido innumerables excusas y presentado una larga lista de exigencias adicionales que hacen prácticamente imposible cualquier avance genuino hacia una solución pacífica. Hasta ha cuestionado la legitimidad de las autoridades ucranianas como interlocutoras y ha sugerido que el país debería quedar bajo la administración de las Naciones Unidas.

En cambio, Ucrania ha demostrado su disposición a hacer concesiones en aras de la paz. Dolorosas, impensables hace tres años, pero entienden que necesarias para que esto acabe de una vez. Kiev ha reconocido que cualquier acuerdo negociado probablemente dejará las regiones de Ucrania ocupadas por Rusia bajo el control de facto del Kremlin: se trata de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, parcialmente bajo control ruso, parcialmente bajo control ucraniano, escenario de los peores enfrentamientos entre sus ejércitos. Ha respaldado, sin dudarlo, la propuesta estadounidense de un alto el fuego incondicional de 30 días. También se ha tragado el sapo de que su país no entre en la OTAN en un futuro cercano, algo que ansiaba y que Putin sabía que una guerra abierta iba a impedir, y ha cedido hasta al acuerdo de minerales con EEUU, tras ser abroncado ante el mundo el 28 de febrero en el Despacho Oval. 

Por eso, tampoco sorprendió que Zelenski accediera rápidamente al llamamiento de Trump de aceptar la oferta rusa de conversaciones bilaterales para estos días, por amarga que se le hiciera. ¿Quién es, llegados a este punto, el principal obstáculo para la paz?

Visto lo visto, hay muy pocas posibilidades de un progreso real en la mesa de negociaciones. Por ahora, las dos partes han acordado continuar las conversaciones y el intercambio de 1.000 prisioneros por cada bando. La baraja no se ha roto, al menos, y por eso siempre queda la esperanza de que algo se logre. Sin embargo, siendo realistas, es mucho más probable que las negociaciones terminen sin resultados, con la delegación rusa ofreciendo la falsa esperanza justa para justificar otra ronda de largas reuniones. 

La verdadera pregunta es cuánto tiempo se le permitirá a Putin continuar con tácticas dilatorias antes de que se agote la paciencia occidental. Como hay quien se temía ya este desenlace, este viernes la Unión Europea anunció nuevas sanciones que incluirán el veto al gasoducto Nord Stream, así como nuevos golpes a los bancos que apoyan su maquinaria bélica y a la flota fantasma con la que Moscú trata de eludir las restricciones comerciales. Y ya van 17 rondas de sanciones. Y no hay paz. 

Donald Trump y Zelenski en la reunión previa al funeral del papa Francisco, en El Vaticano.Andriy Yermak/Telegram

Unas cuantas razones

No parece, pues, que Putin tenga un interés claro en poner fin a la guerra. Se niega a ofrecer concesiones significativas, cuando es el agresor, y sigue insistiendo en términos de paz maximalistas que dejarían a la Ucrania de la posguerra dividida, desarmada, aislada e indefensa ante una futura agresión rusa. No hace falta mucha imaginación para anticipar lo que Putin tiene planeado para Ucrania si se cumplen sus condiciones, teniendo en cuenta el mundo ruso que tiene en mente y su afán expansionista

Cualquiera que piense que Putin está dispuesto a ceder en Ucrania no comprende su visión profundamente revisionista del mundo ni sus ambiciones imperialistas. Mientras los líderes occidentales hablan de la necesidad de diálogo diplomático y concesiones mutuas, el propio presidente de la Federación ve la actual invasión en términos mucho más existenciales: una misión histórica para revertir el colapso soviético y revitalizar el Imperio ruso. Es su máxima pena, el esplendor perdido, y lo que siempre ha prometido a los rusos que va a recuperar. 

El líder ruso está encantado de considerar la idea de negociar para ganar tiempo y debilitar la determinación de los aliados de Ucrania, pero en realidad no tiene intención de detenerse hasta que se extinga la condición de Estado ucraniano, hasta que viole su soberanía y su voluntad hasta convertirlo, como poco, en un satélite al modo de Bielorrusia. EEUU, aunque sea al modo de Trump, ha hecho un esfuerzo legítimo para negociar una paz, pero desde Moscú están jugando aún. Nadie sabe por cuánto tiempo. Nadie sabe si se darán más pasos asfixiantes para que cese esta actitud. 

Las razones de este comportamiento son variadas. La primera puede ser que quiere fortalecer su posición negociadora aún más, pese a que en estos meses ha llevado la iniciativa en el campo de batalla y ha sido el único combatiente que ha avanzado, aunque con menos fuerza cada vez. El desgaste en personal y medios se nota. El proceso será largo mientras no asiente mejor lo que tiene: no deja de bombardear y de lanzar drones, a un ritmo redoblado incluso y con la diana puesta en los civiles, mientras ha anunciado el reclutamiento de 160.000 efectivos antes de que acabe el verano y espera sumar otros tantos miles mediante contratos mensuales. Son pasos concretos, no palabras, que van en la dirección de más guerra.

Ha logrado echar casi en su totalidad a las tropas ucranianas de la región de Kursk, en su territorio, donde entraron en agosto pasado, pero no se ha apuntado grandes tantos en el este, hay cierto estancamiento. No tiene la victoria militar en su mano y quiere una política -si es la vía- lo más ventajosa posible. 

Otra razón para jugar al gato y el ratón es que confía en que Trump, un día, se canse. Obvio que no quiere represalias contra él, que no quiere que EEUU le eche la culpa del fracaso de los contactos, pero cree que si el presidente estadounidense se impacienta ante una guerra que prometió acabar "en 24 horas" quizá pueda sacarle alguna exigencia más. Los dos líderes se parecen, los dos se respetan, los dos digamos que no tienen por Ucrania el mayor de los cariños. Puede salirle bien pero es jugar al límite, también, porque Trump puede tener un ataque de ira, darle la vuelta a su política y empezar a armar a lo grande a Ucrania para que remate la guerra militarmente. 

La tercera respuesta es que quizá Putin trata de mostrar de esta manera poder interno, regodeándose ante su público de cómo impone reuniones para hacer luego lo que prefiere. A los rusos no le gustan los líderes que pierden ni que negocian mal. Es así históricamente. Es una cuestión de propaganda e imagen, pero también económica. Hasta ahora, las sanciones internacionales las ha eludido con amigos como China e India, que le han seguido comprando gas o petróleo, pero sobre todo se ha mantenido a flote con una economía de guerra forzosa. El gasto militar, un 35% del presupuesto en 2024, sostiene el crecimiento y beneficia a regiones pobres con bonificaciones de hasta 40.000 dólares por alistarse a filas, por ejemplo, un dinero que cala socialmente también. A veces tarde, a veces mal, pero está fluyendo en dinero en zonas castigadas, alejadas y olvidadas, que están poniendo a sus hombres a guerrear. 

Si todo eso se frena de pronto, el tren puede descarrilar. Putin necesita tiempo para dibujar un plan para el día después, en lo defensivo, lo político, lo económico y lo social. Tiene que saber cómo lidiar con ese escenario. Y quiere, en paralelo, sacar el máximo jugo a esta "operación militar especial", porque ni a estas altura la llama "guerra". Rusia tuvo fallos pasados, en Afganistán o Chechenia, que sus mandatarios pagaron, y él no quiere que eso se repita. La apuesta es por una victoria total o muy grande, humillante con el contrario si es posible, que le reabra las puertas del mundo de la mano de Trump y que atenace a Europa. Es mucho. Normal que no ceda aún.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.

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