Make Eurovisión Great Again: diagnóstico de una crisis reputacional difícil de levantar
"Eurovisión no puede seguir prohibiendo, multando, castigando y silenciando. Al contrario, debe garantizar siempre la libertad de expresión y reactivar la difusión de unos valores que parece haber descuidado".

El festival de Eurovisión 2025, celebrado este sábado en Basilea (Suiza), sólo puede definirse como una pesadilla. Para España y para el concurso en su conjunto. El joven austriaco JJ logró la victoria in extremis ante Israel, que fue la candidatura más votada por el público - otra vez - por una cuestión meramente extramusical. El agónico momento de las votaciones evidenció que el festival ha entrado en el terreno del descrédito. Nunca un festival "apolítico" ha estado tan supeditado al contexto geopolítico internacional, mientras la UER - organizador del festival - intenta confrontar esta realidad con armas tan peligrosas como la prohibición y el castigo. El daño reputacional, fruto de una estrategia errada, es evidente. Y el festival entra de lleno en una batalla por su propia superviencia.
Tras una final tan gris como la de ayer, toca hacer varias reflexiones. Empecemos por España. El fracaso de Melody- puesto 24 con 37 puntos - era previsible desde su victoria en el Benidorm Fest. La canción nunca terminó de ser competitiva y necesitó pasar por 'chapa y pintura' para que pudiera dar muestras de fortaleza ante el resto de propuestas. Lo cierto es que la candidatura, lejos de ser un desastre, lució muy bien en Eurovisión gracias a una trabajada puesta en escena y, sobre todo, a la fuerza portentosa de Melody. Porque si algo ha tenido de especial la propuesta española de este año ha sido la arrolladora energía de nuestra representante.
Melody supo cautivar al público durante sus tres minutos de actuación. Derrochó seguridad, experiencia y fuerza. Mientras algunos artistas se hacen pequeños al pisar el escenario eurovisivo dada su inexperiencia, Melody hizo de su bagaje profesional la mayor de sus fortalezas. Es, de lejos, una de las mejores representaciones que ha tenido España en ese sentido. Además, la sevillana ha sabido aprovechar el foco para resurgir y posicionarse de nuevo en la primera línea musical.
El gran mérito de Melody no es haber llegado a Eurovisión, sino haber convertido Esa diva en todo un himno popular. Ha sido, literalmente durante semanas, la canción del pueblo. Y ese es el gran triunfo que todo artista que acude al Benidorm Fest debe buscar. Melody ha disfrutado del camino, ha evitado las polémicas y se ha centrado en trabajar. Porque ser Melody supone mucho trabajo. Su forma folclórica de hablar, sus gestos, sus poses, su estudiada espontaneidad. Melody es un producto forjado desde la experiencia de toda una vida sobre los escenarios, pero es un artificio de fácil atracción y compra. Muchos exrepresentantes españoles han seguido triunfando en sus carreras musicales pese a un batacazo eurovisivo como el suyo. Ella, acostumbrada a caer y levantarse, sale del festival con más fuerza que un huracán y preparada para disfrutar de un año muy dulce en lo profesional. Encontrará a partir de ahora muchas más rosas que espinas en su camino gracias al arrojo de haber decidido embarcarse en esta aventura.
Pero las buenas perspectivas sobre Melody no deben opacar lo que es un hecho: en los cuatro años de vida del Benidorm Fest, España sólo ha acariciado la gloria con Chanel (tercer puesto, en 2022). Blanca Paloma nos bajó de la nube con ese injusto puesto 17, Nebulossa retrocedió al puesto 22 y Melody nos ha hecho bajar hasta el 24. Es, de hecho, el peor puesto para España desde 2021 con Blas Cantó.
El nuevo formato de preselección se creó precisamente después del fracaso del artista murciano con la imperiosa necesidad de devolver a España a la zona noble de la tabla y de romper con la estadística más dura para el eurofán español: nuestro país es el que más años lleva sin disfrutar de un nuevo triunfo eurovisivo. En concreto, 56.
Pero ninguna de las propuestas a excepción de Chanel, especialmente las dos últimas, han sido competitivas y han hecho que España estuviera de nuevo en las quinielas. No se puede medir el éxito del Benidorm Fest por los resultados posteriores en Eurovisión, pero no hay que olvidarse de que ese es el gran objetivo y que todo el trabajo a desarrollar debe estar enfocado en ese logro.
El pasado sábado, publicamos un artículo en El HuffPost donde varios expertos analizaban el devenir del formato. La coincidencia entre ellos era plena: el festival todavía no está consolidado, no se espera que grandes nombres de la música se suban al carro y hay dudas sobre si es una herramienta eficaz para ambas candidaturas ganadoras. Los últimos movimientos dan cuenta de que en la cadena pública hay nervios por el futuro del Benidorm Fest. Rayden, antes de dar su portazo tras servir como asesor en las últimas ediciones, dejó caer que existe una idea equivocada dentro de RTVE sobre lo que debe ser el concurso. En paralelo, el presidente del ente, José Pablo López, adelantó cambios sustanciales de cara a la próxima edición: entre ellos, renovar el comité de selección de canciones o introducir la figura de un director artístico para que las propuestas no luzcan baratas sobre el escenario.
RTVE acierta con esos cambios, pero se olvida de la parte más fundamental: en el Benidorm Fest debe haber buenas canciones. No basta sólo con apoyarse en los compositores 'de cabecera' para armar candidaturas ni esperar a que las discográficas apuesten fuerte por un formato que miran con cierto desagrado. Es la propia cadena la que debe buscar ese componente ganador e ir más allá de lo que le proponen. Se necesita una búsqueda activa tanto de artistas como de compositores que sepan poco de Eurovisión y mucho de la música que ahora funciona. Porque si de algo ha pecado el Benidorm Fest este año - y también Eurovisión - es en que sigue estando de espaldas a los sonidos que ahora triunfan. Por mucho que hayamos viralizado Esa diva, gracias especialmente al desbordante carisma de Melody.
Sobre todo porque ganar Eurovisión se está poniendo muy barato. El suizo Nemo se llevó el triunfo el año pasado, pero su canción no ha tenido trascendencia alguna en el panorama musical europeo. Lo mismo puede vaticinarse del austriaco JJ o de cualquiera de las otras propuestas presentadas este año. Ninguna parece tener posibilidades de acabar sonando en las radios de otros países o de encaramarse a los chart hits de las plataformas de música. Una muestra más de la absoluta decadencia en la que vive el festival de Eurovisión en los últimos dos años.
A golpe de decisiones desafortunadas, el certamen ha ido dirigiéndose a un declive peligroso. Y no hay que referirse únicamente a la discutida participación de Israel en el concurso, sino a las consecuencias en paralelo que ha tenido dicha posición. El año pasado se vivió un auténtico bochorno con banderas prohibidas en los estadios, artistas a los que no se les permitía expresarse libremente, expulsiones polémicas de participantes y un sinfín de errores de comunicación que pusieron al festival contra las cuerdas.
La UER prometió tomar nota de lo sucedido para reconducir la situación, pero lo cierto es que sus últimas decisiones son de difícil comprensión y se alejan de los valores con los que siempre ha comulgado el concurso. Cuesta entender que a los participantes se les haya prohibido este año exhibir banderas LGTBIQ+ cuando precisamente el festival ha sido tradicionalmente una ventana para la diversidad y la igualdad. De igual modo, el denominado nuevo "código de conducta" para favorecer el "bienestar" de los artistas ha sido - aparentemente - una acción encubierta para restringir su libertad. Bajo este ambiente tan hostil y decadente, es comprensible que muchos cantantes no quieran ligar su nombre a una marca con una crisis reputacional importante. Y eso, de manera consecuente, hace que la calidad de las propuestas baje.
Urge que la UER reconduzca esta situación para salvar un festival que el año que viene alcanzará su edición número 70. Y en ese enjuage tendrá mucho protagonismo España, dado que Ana María Bordás - actual jefa de delegación de RTVE - asumirá la presidencia del Grupo de Referencia. Este es el órgano encargado de supervisar, aprobar y tomar decisiones clave sobre la organización y desarrollo del certamen. De ahí el rol trascendente que va a tener la directiva catalana en sus dos años de mandato.
Con ella a la cabeza, dicho grupo de Referencia debe hacer una reflexión severa y profunda sobre los dos últimos festivales y cambiar el rumbo que ha tomado. Eurovisión no puede seguir prohibiendo, multando, castigando y silenciando. Al contrario, debe garantizar siempre la libertad de expresión y reactivar la difusión de unos valores que parece haber perdido. Después, los propios organizadores podrán entrar de lleno en el debate de cómo evitar que la compleja situación geopolítica actual incida de manera directa en los resultados (Ucrania ganó la primera semifinal e Israel la segunda, sólo con el televoto como juez) o si es necesario, incluso, un renacimiento del propio concurso. Todas las opciones pueden estar sobre la mesa, porque resultados como los de ayer abren en canal al festival y dejan expuestas todas sus debilidades. La propia supervivencia del festival está en juego. Make Eurovisión Great Again.