Ignacio Aguado: "Los barones del PP conocen a Ayuso y no le darán la presidencia del partido"
El exvicepresidente de la Comunidad de Madrid publica un libro - "Volando entre halcones" - donde analiza su paso por la política y hace un diagnóstico del derrumbe de Ciudadanos: "En el partido sobraron futuros ministros y faltaron estrategas".

Ignacio Aguado (Madrid, 1983) soñaba de pequeño con ser presidente del Gobierno. No consiguió "asaltar" los cielos de la Moncloa, pero sí fue durante casi dos años vicepresidente de la Comunidad de Madrid. Un tiempo después de apearse de la política, el madrileño ha publicado un libro - "Volando entre halcones" (Medialuna Editorial)- en el que hace un relato bastante sincero y directo sobre las traiciones y las lecciones que sólo conocen las personas que han estado en la primera línea política. "Es muy frustrante ver que puedes tener mucho poder, pero no tanto como el que te gustaría para cambiar la realidad de la gente", cuenta en una entrevista para El HuffPost.
A lo largo de la charla, el exdirigente admite que le hubiera gustado pelear por lograr la presidencia de la Comunidad de Madrid y no dejársela en bandeja a Ayuso. "Hacerla presidenta en 2019 fue el mal menor, teniendo en cuenta las restricciones que existían y que nos autoimpusimos", asegura. Además, también hace un diagnóstico muy claro sobre el derrumbe electoral de Ciudadanos, que pasó en apenas unos meses de 57 diputados nacionales a diez. "Pensamos que no iba a haber repetición electoral. Eso nos machacó y nos dejó heridos de muerte", explica.
Igualmente, Aguado admite sentir cierta "responsabilidad" por el drama de los más de siete mil fallecidos en residencias madrileñas sin derivación hospitalaria durante la pandemia. "Ttuvimos que luchar contra muchos elementos desconocidos y otros conocidos, como era nuestro propio socio de Gobierno", explica.
- Leyendo su libro, realmente a uno se le quitarían las ganas de meterse en política. ¿Hay demasiados halcones en la política española?
- Sí, pero no sé si más que en otros países. A medida que vas subiendo en cualquier escalafón - sea social, político o económico - te vas encontrando perfiles más agresivos, con más intereses, más poder y con más ganas de que no alteres su status quo. Y te das cuenta de que cada movimiento deja de ser inocuo para convertirse en uno a vida o muerte.
- En el libro usted dice que ni siquiera ser vicepresidente le permitió transformar las cosas de la manera que le gustaría. Eso mismo se lo hemos escuchado varias veces a Manuela Carmena o incluso a Podemos. ¿No le resulta curioso que perfiles políticos tan diferentes coincidáis en la misma crítica?
- Nosotros llegamos desde la sociedad con un desconocimiento total sobre cómo funciona el poder. No sabíamos que existen muchas barreras que te impiden hacer transformaciones a la velocidad y al gusto que a ti te gustaría. Por ejemplo, hay una lentitud burocrática que te aplasta. Medidas que en la empresa privada tardarían dos semanas en implantarse, en política pueden demorarse seis u ocho meses. Y luego están todas las relaciones de poder difusas que existen, desde un punto de vista mediático o económico, que pueden interferir en esos objetivos. Es muy frustrante ver cómo has llegado a ser vicepresidente y tienes mucho poder, pero no tanto como el que te gustaría para cambiar la realidad de la gente.
- Usted mismo cuenta en el libro que cree que la figura del político está deshumanizada en España. Esta semana por ejemplo escuchamos a una tertuliana de televisión llamar “simio” a Óscar Puente o a Ortega Smith decir que Sánchez es un "gilipollas". ¿Hemos cruzado alguna línea?
- Absolutamente. Los políticos se han convertido actualmente en un punching ball, en una extensión de los reality shows que demandamos como sociedad en la televisión. Los utilizamos para pagar nuestras frustraciones o nuestras inquietudes. Desde que uno es político, parece que cualquiera está legitimado para insultarte, menospreciarte o estereotiparte a unos niveles que son realmente desgradables. Pero no voy a negar que también desde la política se contribuye a ello. Un político que salga a hacer una rueda de prensa explicando cuál es el plan estratégico para Madrid no copa ningún titular. Pero si sales con otro tipo de declaraciones, abres telediarios. Y todos los que no están en la esfera del insulto, desaparecen del primer plano. Pasas a ser un tibio, que ahora es un insulto.
- ¿Usted cree que cayó en algún momento en ese juego del insulto o entra dentro de la representación del político tibio?
- Creo que entro dentro de la representación del político tibio o de alguien que entiende la política como el arte de ponerte de acuerdo con el que piensa diferente. Soy, o era, el tipo de político que piensa las cosas antes de decirlas y no dice lo primero que piensa. Hoy por hoy, la política es lo contrario de lo que para mí debería ser. Por eso, quizá, estoy fuera.

- En el libro usted también hace un diagnóstico de la rápida caída de Ciudadanos. Una en lo relativo a estrategia y otra en cuanto a organización. Sobre la primera: si usted pudiera volver a 2019, ¿haría lo posible para un pacto con Sánchez?
- No apoyar a Sánchez es la estrategia que marcó el partido y que todos pensamos que era la mejor. Nosotros nos presentamos a las elecciones de abril de 2019 dejando bien claro que no le haríamos presidente. Y con ese discurso conseguimos 57 diputados. Con el mismo relato, manteniendo la coherencia, nos presentamos seis meses después a la repetición electoral y tuvimos diez escaños. ¿Debíamos habernos acercado a Sánchez? No sé si habría funcionado. Creo que habría sido, desde un punto de vista estratégico, como elegir entre 'susto o muerte'. Lo que hicimos fue muerte, pero haber pactado un gobierno con Sánchez habría sido un susto que nos hubiera llevado a la muerte a medio plazo. No me quiero imaginar la reacción de los medios o de nuestros propios votantes si hubiéramos anunciado un acuerdo con Sánchez después de haber prometido que no le íbamos a hacer presidente. Hubiera sido difícil de justificar.
- Lo cierto es que sí hubo una intentona final para acercarse a Sánchez. Si esto no hubiera pasado, ¿el desastre no hubiera sido tan grande?
- Seguramente. Ese último movimiento terminó por darnos la puntilla, porque a los que querían un acuerdo con Sánchez no les supo a nada. Y los que no querían el pacto, terminaron de sentirse traicionados. Perdimos a unos y a otros y nos quedamos en diez escaños. Durante muchos años acertamos en las decisiones políticas que tomamos, pero tal vez aquí fallamos en el cálculo. Pensamos que no iba a haber repetición electoral y no fue así. Eso nos machacó y nos dejó heridos de muerte.
- En la mayoría de gobiernos de coalición, tanto a nivel nacional o autonómico, el segundo partido acaba muy herido. Podemos, Sumar, Ciudadanos... ¿Realmente merece la pena entrar en un gobierno de coalición siendo la parte minoritaria?
- Es una muy buena pregunta que nosotros también nos hicimos en su día, porque vimos experiencias previas en Inglaterra con Cameron y Clegg. Sabíamos que ser el segundo en una coalición te desgasta mucho, pero aún así decidimos apostar a que el partido se consolidara a nivel nacional, que echara a andar la legislatura y que tuviéramos cuatro años para que Albert pudiera hacerse valer en el Congreso y los españoles nos dieran su confianza. A cambio, sacrificamos cinco gobiernos autonómicos que le entregamos al PP. Hoy por hoy, con toda la información y viendo cómo están las cosas, tendríamos que haber exigido al menos la presidencia de la Comunidad de Madrid.
- En lo relativo a organización, usted dice que en Ciudadanos sobraron portavoces y futuros ministros y faltaron asesores y estrategas. Y que no se creó parroquia, es decir, vínculos con afiliados y simpatizantes...
- Albert jugó un papel fundamental atrayendo talento desde fuera de la política con perfiles consolidados que venían a construir tejado y últimas plantas. Lo que yo echo en falta, y especialmente viendo las consecuencias, es que la parte de los cimientos - que es desde donde se construye el partido - no se modificó apenas en el momento de la expansión del partido a toda España desde Cataluña. Seguían siendo los mismos los que manejaban el partido y los que definían la línea a seguir. Y tal vez en ese momento deberíamos habernos alimentado de otros perfiles, con otras sensibilidades y con mucho conocimiento de ciencia política, para que los fichajes de arriba tuvieran unos cimientos más sólidos.
- También es muy crítico con la figura de Inés Arrimadas una vez asumió el poder del partido. ¿Le decepcionó?
- Inés fue una candidata excelente en Cataluña y una portavoz brillante. Pero cuando tienes a alguien que funciona bien en un rol, parece que está llamado a ocupar roles superiores y que lo va a hacer igual de bien. Y no tiene por qué ser siempre así. En el caso de Inés no sucedió. Pensamos que era la sucesora natural de Albert y cuando fue presidenta del partido no hizo lo que me hubiera gustado y lo que muchos esperábamos, que era intentar reflotar el partido.

- Si yo le menciono los nombres de Aurora Nacarino-Brabo, Marta Rivera de la Cruz, Nacho Martín Blanco, Pere Lluís Huguet o Carina Mejías, ¿qué se le pasa por la cabeza?
- Que fueron compañeros de proyecto y que, a la hora de abandonar el partido, decidieron hacerlo en base a unos criterios y unas ideas que no comparto. Cada uno es muy libre de decidir cómo quiere gestionar su paso por la política. Pero, honestamente, no entiendo cómo tengo excompañeros que han decidido pasarse a las filas de uno de los dos adversarios del partido desde nuestro nacimiento. Si tú quieres combatir el bipartidismo, no te puedes sumar a sus filas. Porque entonces estamos dando pie a que la rueda del hámster se ponga de nuevo en marcha. Y luego están las formas. Hay gente que ha decidido irse de un partido a otro de una manera más o menos elegante y otros se fueron dando el portazo y traicionando a todo lo que se encontraron por delante.
- ¿Alguno de ellos entra en ese grupo de políticos que, según usted, viven de la política “sin ninguna ambición de servir”?
- Quiero creer que no, porque fueron mis compañeros y porque estuvimos hombro con hombro batallando con espadas de madera contra el sistema. Lo que seguramente pueda suceder, en estos casos, es que la política te hace acomodarte y te hace disfrutar de una serie de privilegios y relaciones a los que cuesta renunciar. Allá cada uno con su listón ético y de principios. No soy yo quién para juzgar a nadie.
- ¿Usted echa de menos el chófer, el coche policial o las cenas con los poderosos?
- Yo siempre me he considerado un outsider de la política, incluso estando dentro. Aparentemente, parece que tener chófer y seguridad te da un estátus, pero para mí era una intromisión en mi vida personal que me generaba una incomodidad enorme. Y en esas cenas de las que usted habla siempre me he visto como un invitado, que no formaba parte de esa red. Y a lo mejor por no ser parte.... (ríe), terminé por estar fuera.

- En el libro usted deja bastante mal a Ayuso. La dibuja, básicamente, como una persona que por formación no está a la altura para ejercer el puesto de presidenta de la Comunidad de Madrid. ¿Apoyar su investidura fue el peor error que cometió durante su etapa en la Asamblea? La alternativa era apoyar un gobierno de izquierdas…
- Hacer a Ayuso presidenta fue el mal menor.
- ¿A día de hoy lo sigue pensando?
- Con las restricciones que existían y que nos autoimpusimos, sí. Yo no me presenté para hacer presidenta a Ayuso o a Gabilondo. Ese es el primer marco que me gustaría romper. Y aunque pudiéramos haber liderado el Gobierno sin haber vencido, el propio partido impuso una instrucción que decía que no podíamos jugar esa baza. Por lo tanto, el mal menor fue hacer presidenta a Ayuso. No nos quedaba otra opción. ¿Se podía haber hecho presidente Gabilondo? Es que, para mí, el bipartidismo son dos caras de la misma moneda. Me tocó elegir uno de los dos.
- ¿Pero se arrepiente?
- Sí, porque creo que tendríamos que haber peleado que Ciudadanos presidiera la Comunidad de Madrid. Pero no le habría dado el gobierno a Gabilondo.
- ¿No ha vuelto a hablar con Ayuso desde la convocatoria electoral de 2021?
- No, ni tan siquiera me mandó un mensaje de despedida.
- ¿Ni usted a ella?
- No. Ahí se acabó la relación y no volvimos a hablar.
- Usted también dice que Miguel Ángel Rodríguez quiere llevar a Ayuso a la Moncloa y que ese es el gran objetivo. Pero en una entrevista ha dicho que eso no ocurrirá porque le tienen que votar de los suyos. ¿En qué basa esta teoría?
- Ayuso lo va a intentar y está esperando su momento. Todo su equipo está trabajando para que eso se produzca, esperando el momento y trabajando el relato. De ahí que Ayuso siempre hable de temas nacionales. No le escucharás hablar de la falta de pediatras en Miraflores de la Sierra, porque eso no vende. Lo que le preocupa ahora es confrontar con Sánchez para un posible salto a la política nacional. Y lo intentará, pero hay que recordar que el presidente del PP es también el candidato a la presidencia del Gobierno. Para ser presidente tienen que votarte dentro del partido. Entre otros, los compromisarios de todas las CC.AA. Y los compromisarios son fundamentalmente peones controlados por el barón de cada territorio. Por eso mi teoría es que no llegará ese momento, porque internamente los barones del PP conocen a Ayuso. Y por esa misma razón no le darán la presidencia. A lo mejor, Juanma Moreno. Pero Ayuso, definitivamente, no.

- Uno de los asuntos más duros en esta etapa de Ayuso ha sido la gestión de las residencias en la pandemia. El tema sigue en manos de la Justicia, aunque parece que hay pocos avances. En su opinión, ¿quién debería sentarse en el banquillo? ¿Únicamente el firmante de los protocolos, Carlos Mur; la consejería al completo o incluso también Ayuso?
- Hay que dejar trabajar a los tribunales. Y cada vez que se han pronunciado han dado la razón a la Comunidad de Madrid. Es un error entrar a juzgar un tema que, por la vía judicial, ya ha tenido muchas respuestas. Para mí lo importante es el enfoque político. A mí siempre me quedará la duda de si pudimos hacer más políticamente. Personalmente, fue muy doloroso. Es duro recordar esos momentos, porque me pongo en la piel de las familias que perdieron a los suyos, que no pudieron despedirse... Y me da rabia, siento frustración y me da pena que todo esté tan politizado que no se haya hecho nada de cara al futuro. Sería un buen ejercicio de periodismo de investigación saber cuántas residencias de Madrid tienen hoy un médico las 24 horas al día. Estoy convencido de que son poquísimas. ¿Aprendizajes de la pandemia? Cero.
- ¿Usted no le preguntó en algún momento a Ayuso por qué no se derivaron los enfermos de residencias a Ifema o al Zendal?
- Sí, y creo que la explicación tiene bastante sentido. Desde un punto de vista geriátrico, se desaconsejaban traslados de determinados usuarios. Y luego está que Ifema y el Zendal no estaban preparados para tratar a pacientes graves. Ifema era un aliviadero de pacientes leves que había que sacar de las UCIs. La instrucción era que a la mínima que la saturación u otras variables de un paciente saltaran, había que devolverlos a los hospitales. Para mí, la solución ideal habría sido trasladar a pacientes críticos a hospitales y, si no se podían derivar, medicalizar las residencias. Y llevar tanto médico como equipo asistencial. Esto fue lo que no sucedió. Y lo que más rabia me da es que todavía había portavoces del entorno de Ayuso que querían mandar equipos médicos a Ávila o a otras provincias limítrofes. ¡Si nos faltaban médicos en nuestras propias residencias!
- ¿Usted siente a título personal alguna responsabilidad por lo que ocurrió?
- Fui parte del Gobierno y claro que sí. Muchas veces me paro a pensar si pudimos haber hecho algo más o actuar antes. Y es una sensación que siempre me acompañará. Yo, en aquel momento, hice lo que estaba en mi mano. Y el consejero de Políticas Sociales, igual. Pero tuvimos que luchar contra muchos elementos desconocidos y otros elementos conocidos, como era nuestro propio socio de Gobierno.
- ¿Echa usted de menos la política? Y le pregunto directamente, ¿cierra la puerta por completo a volver?
- Me sigue preocupando la política. Y yo creo que me moriré con esa vocación por la política y por mi país. Pero el momento político actual es desolador. Nunca se sabe en un futuro qué puede pasar, pero sí puedo decirle que siempre intentaré servir a mi país. Desde cualquier posición.