'My neighbour Totoro', cuando el espíritu del bosque nos canta
Un éxito de la Royal Shakespeare Company que se puede ver en Londres.

La apetitosa cartelera londinense de musicales ofrece en estos momentos el musical My neighbour Totoro en el Gillian Lynne Theatre, a dos pasos de Covent Garden, en pleno West End. Producción que acaba de ser repuesta después de la exitosa pero corta temporada que hizo el año pasado en el Barbican con todas las entradas agotadas.
Es de entender. Por un lado, es una producción de la Royal Shakespeare Company lo que en principio hace presuponer calidad teatral, incluido en el teatro musical. No se debe olvidar que son los productores del éxito mundial de Matilda, el musical basado en el libro de Roald Dahl.
Por otro está basada en la inolvidable y prestigiosa película del mismo título de Miyazaki y el estudio Ghibli, que lleva acompañando la infancia de muchos niños y niñas desde 1988, hasta convertirse en un clásico infantil mundial que adoran los adultos. Además de anunciar con acierto que la música la compone Joe Hisaishi, también compositor de la banda sonora de la película.
Todos estos elementos serían suficientes para atraer a los fans de este filme y de este director alrededor del mundo. Convirtiéndolo en objeto de deseo, un lugar a visitar. Como el Museo Ghibli de Tokio. O como el Ghibli Park en Nagoya. Ambos fuera de las típicas rutas turísticas japonesas. Y en los que, a pesar de sus maravillas, no se puede ver ni oír algo tan bueno como este musical londinense.

Entonces, ¿qué elementos tiene para que supere ese gran nicho de mercado y agotase entradas en su primera temporada? Muchos. Comenzando por su historia. La de dos niñas, la preadolescente Satsuki y la pequeña Mei. Dos hermanas que, junto a su padre, profesor universitario, se mudan de Tokio, la capital, al campo buscando un ambiente más sano para ellos y para cuando su madre y esposa, respectivamente, salga del hospital.
Allí encuentran una casa que los lugareños creen que está encantada y, como las niñas descubrirán pronto, estarlo lo está. Pero no estamos hablando de una película de terror. No. Si no de una película animista. Estamos hablando de esos buenos espíritus budistas de la cultura y la naturaleza japonesa que nos cuidan y que Miyazaki ha sabido hibridar con maestría y poesía con la cultura occidental en todas sus películas.
Un lugar de prados verdes, bosques e inmensos cielos azules llenos de nubes blancas, donde se crean de forma espontánea redes de apoyo mutuo. Gentes que se ayudan y se cuidan unos a otros. Que extienden el concepto de familia más allá de la consanguinidad incluyendo a los vecinos.
Gentes que conviven con espíritus del bosque con total normalidad. Y del que forma parte ese ¿oso? ¿gato? ¿con pies de pato? llamado Totoro y todos los duendecillos, parecidos a él, que lo acompañan. Junto al famosísimo gatobus. Un gato gigante amarillo de rayas marrones que a la vez es un autobús y que recuerda mucho a los school bus que cogen a los niños norteamericanos a la salida del colegio de ser cierto lo que se ve en las películas y series que vienen de aquel país.

Quien conozca la película se preguntará cómo habrán podido dar vida a todos estos espíritus tan importantes que uno solo se puede imaginar en formato dibujo animado o peluche. La respuesta que ha dado el equipo artístico habla de la inteligencia teatral con la que está pensada esta producción. Lo hacen con marionetas.
Y excepto contar que todos, desde el gigantesco Totoro a las pequeñas pelusillas que ocupan desde las esquinas a cualquier pequeña grieta de la casa, son representadas así, hay que callar. Porque lo que hacen es simplemente espectacular para que no se eche en falta nada de lo que resultaba tan atractivo en la película. Hace muy bien la productora en no proveer imágenes de cuando salen estos personajes, como el no dejar que se hagan fotos ni videos. Hay que mantener la magia del momento en el que aparece y ruge Totoro para los que vendrán después.
Y sí, las marionetas son una pasada. Como para salir corriendo a la tienda de merchandising y llevarse una, que menos mal que no las venden. Además, los marionetistas son excepcionales. La forma en la que mueven a Totoro o al gigantesco gato bus es de antología. De tal manera que son capaces de reproducir tanto las imágenes más hermosas de la película como el movimiento del dibujo animado.
Y eso que el movimiento del gatobus es algo que hacen muy parecido al movimiento de los dragones que se sacan en los desfiles chinos, aunque esa sencillez y simplicidad se ve desde la butaca con admiración y asombro. ¿Cómo pudieron apreciar que este recurso quedaría tan bien, gracioso y poético en esta historia? Ya que no hay nada más difícil que encontrar belleza y poesía en lo cercano y cotidiano.
Por supuesto, la parte musical es importante. Para eso le han pedido a Joe Hisaishi que ampliase la partitura original que compuso para película. Una música sinfónica que acompaña los momentos en los que hay más acción que diálogo en el escenario, como cuando Satsuki corre entre los maizales buscando desesperadamente a su pequeña hermana Mei, mientras se culpa de que esa desaparición se haya producido.

A la vez que se ha evitado que los personajes paren y canten y den lugar a grandes momentos musicales y corales. Algo que no hacían en la película original y que hubiera podido cortar la tensión dramática creada por Miyazaki.
En vez de eso, hay una cantante que de vez en cuando canta baladas en japonés, alternando con algunas en inglés. Una música cálida y pop, de tardes de primavera o noches verano, easygoing. Es cierto que, sin ningún tema para ser un hit, o al menos eso parece, pero es que ya tiene una banda sonora potente con temas como la que da título a este musical.
Y por si fuera poco, el elenco tampoco tiene desperdicio y no porque hayan sabido hacer teatral el espíritu con el que hablan y se mueven los personajes originales. Solo hay que fijarse que las dos pequeñas hermanas están interpretadas por actrices adultas. Y en ningún momento parecen personas mayores aniñadas, caricaturas de las niñas o malas copias de los dibujos animados de los que proceden. Todo lo contrario, con su interpretación son capaces de reducir su tamaño a ojos y oído del público que no duda que son niñas sin ocultar que no lo son.
Sí, My neighbour Totoro no solo respeta toda la magia Ghibli y Miyazaki, sino que la potencia. Aunque la película de hora y media se convierta en un musical de casi tres horas, con intermedio incluido. Se hace corto, porque ni pequeños ni mayores quieren salir de ese bosque. De una región en la que los seres humanos ayudados por la magia y la bondad de la naturaleza con la que conviven son capaces de levantarse y rugir contra todo el mal y los malentendidos del mundo. Y hacerlo con la delicadeza japonesa a la que su autor ha sabido incorporar la delicadeza occidental.