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'Las indias galantes', el barroco como street dance

'Las indias galantes', el barroco como street dance

Un espectáculo que nació con la idea de ser popular. 

'Las indias galantes'Javier del Real

Es una pena que esta crítica aparezca el último día que Las indias galantes de Rameau está programada en el Teatro Real. Ha habido otras críticas, pero casi todas ellas en medios especializados. Más dirigidas a público atraído por la música clásica en general y, más concretamente, por la música barroca. Una música que muchos de estos aficionados describen como el pop o el rock de la clásica, y a Bach como su profeta.

Sin embargo, este espectáculo del que hoy les hablo nació con la idea de ser popular, salir del gueto de la música culta, después de que se hiciera viral un pequeño video encargado por la ópera de la Bastilla de Paris a la coreógrafa Bintou Dembèle sobre esta misma ópera. Viralización que se debió a que sorprendió lo bien que esta música acompasaba y marcaba los pasos de hip-hop o krump.

Ah, ¿qué no saben que es el krump? Pues una música callejera de carácter espontáneo, individual y gestos muy marcados que nació en Los Ángeles. Que se sitúa en la corte de todo ese tipo de baile que se llama de manera genérica street dance y que suele acompañar al hip-hop o el rap.

¿Ya se ha perdido entre tanta terminología? No importa, aunque es en lo que se hace hincapié para vender el espectáculo, lo que también ha favorecido alguna que otra crítica negativa, las menos, lo interesante va por otro lado.

Lo interesante es quitarle a la música clásica toda esa parafernalia con la que se adorna y en la que se entierra. Ese aparato cultista en la que la complejidad de una composición y una historia de la música aleja al público no estudiado ni formado del disfrute. Del acercamiento a la música sin más y dejarse llevar por lo que escucha. Como hace cuando van a un concierto y escuchan a Quevedo, Aitana o Rosalía.

  'Las indias galantes'Javier del Real

De eso va este espectáculo. De tomar tierra. Tocar tierra. Quizás por eso tanto el director de la orquesta, Leonardo García-Alarcón, como la coreógrafa citada, salen al inicio de la función con los pies descalzos. Pies descalzos que también tendrán muchos músicos y no pocos bailarines y componentes del coro durante la función.

La música es algo más terrenal. No solo la de las radiofórmulas, que lo único que quieren vender(te) es descargas o reproducciones en streaming. La música tiene que ver más con los sentidos y con lo corporal. Sobre todo, cuando se habla de la música que está hecha para bailar, como es este caso.

Cualquiera que se abandone a ella, se ponga a escucharla sin filtros y sin prejuicios, por simple placer de oírla, es imposible que no sienta ganas de moverse, aunque sea en la butaca. Mas si cabe, cuando está interpretada como en este caso. Donde la calidad técnica de la orquesta no le impide tocar con inteligencia emocional. Es decir, el conocimiento no impide que se muestre simpática y empática con que les recorren al interpretarla y al ver lo que produce en los otros. Los cantantes, los bailarines, el público.

Sin duda a eso se deba el que, como si fuera una sorpresa, haya cantantes, parte del coro, bailarines y actores, que se levanten o salgan de las butacas. Apelando a que lo que sucede con la música y el baile está y va más allá de lo que sucede en el escenario.

Hecho con tal cuidado y delicadeza, que no se tiene la sensación de que se abuse del recurso. Más bien, se vive como algo equilibrado. Y eso que las entradas y salidas del patio de butacas no son tan pocas. Incluso se ocupan palcos, pasillos y salidas para bailar moviendo unas capas o largas telas metálicas en la semioscuridad de la sala. Por lo que se intuyen más que se ven incluso cuando se están cerca. Un claroscuro. Lo que provoca la sensación de que más que baile hay movimiento.

Por eso, aunque esta producción se anuncia como semiescenificada. Es decir, que no es una producción en la que se pretende un montaje con elenco al completo, vestuario y escenografía ad-hoc. La impresión que se tiene es que sí lo es. Incluso teniendo en cuenta que el libreto y la partitura originales se han acortado.

  Leonardo García Alarcón y Bintou Dembèlé saludando al final de representaciónJavier del Real

Todo para contar cómo la diosa de la guerra impide a la juventud el disfrute del amor, enviándoles a la batalla. Prometiéndoles un futuro como héroes. Ni de coña, canta la diosa de la juventud que lanza a una bandada de cupidos, como si fuera John Lennon o Yoko Ono, pidiendo que se le diera una oportunidad al amor, como estos cantantes la pedían para la paz.

Si acabando de leer el párrafo anterior alguien piensa que Rameau es un izquierdista radical, recordarles que es un músico barroco y que el libretista también es de aquella época. En los que descripciones como esta ni existían ni significaban nada. Pero ya entonces los artistas preferían hacer el amor a la guerra y predicaban en consecuencia.

El caso es que a partir de ahí las cuatro entrées, que es como se llaman las piezas de esta obra, bailan y celebran el amor en lugares exóticos e ignotos para los europeos de aquella época. En esas Indias que había descubierto Colón y a los que españoles, y personas de otras nacionalidades, iban a la conquista. Pensada como la conquista territorial, pero que al final siempre incluían el lance amoroso. Lo que seguramente acabo creando el mito de lo solicitas que eran las mujeres de allende de los mares.

Es en ese conflicto donde se verán tres de las cuatro historias. La del turco que cede a la mujer europea amada al hombre europeo que esta ama, y del que el primero conoció la generosidad. La de la mezcla de culturas, en la que triunfa el amor entre una mujer inca y un hombre occidental. Y, como si fuera un espejo de la primera historia, el triunfo del amor en una pareja de indios, a la que el encaprichamiento de un europeo amenazaba. Una pelea entre dos enamorados que se muestra, sin cambiar una coma del libreto ni una nota de la partitura, como si fuera una pelea de gallos.

Entre medias, en la tercera entrée, se canta y se baila al amor. Como es el triunfo del amor, el que, a diferencia de la guerra de Troya, favorece el encuentro entre personas y pueblos. Entre gentes diversas.

Una diversidad que parece salida de las pasarelas más modernas. Donde hay chicos con faldas como con ropa que parece que acaban de salir de una obra y, si van calzados, predominan las deportivas. Y donde la mezcla de razas y colores pinta un mundo utópico en comparación con lo que se ve habitualmente en las noticias.

Una diversidad en la que todos puedan cantar juntos, mientras bailan una española chacona afrancesada que bien podría estar en las radiofórmulas, con el estilo enérgico y corporalmente expresivo, como en un video clip, con un lenguaje corporal de la calle, hecho con maestría. Un baile con el que se fuma la pipa de la paz y entusiasman al público. Un público de música clásica que empieza a diversificarse gracias a espectáculos como estos.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.

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